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jueves, 30 de octubre de 2014

EL TREN DEL FIN DEL MUNDO. El tren de los presos.


En Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, se puede realizar un paseo turístico en el Tren del fin del mundo, un ferrocarril que fue reconstruido a partir del famoso Tren de los presos, el cual funcionó entre 1909 y 1952 para que los penados trasladaran rocas, arena y leña. Un recorrido por algunos de los paisajes más bellos de la ciudad que permite revivir una parte de su historia.
Quienes desean comenzar su viaje de aventura llegando al final del mapa, seguramente encuentren en Ushuaia, provincia de Tierra de Fuego, el atractivo turístico que están buscando, Ushuaia se ubica en las costas del canal Beagle y está rodeada por la cadena montañosa del Martial. Dueña de un paisaje bellísimo, es la ciudad más austral del mundo y ofrece una combinación única de bosques, costas, glaciares y montañas.
La historia de la región cuenta que el primer gran impulso al crecimiento y desarrollo de Ushuaia se debió a que sobre finales del siglo XIX el presidente Roca decidió instalar allí una colonia penal. Fuera de la cárcel, se utilizó a los penados para los trabajos de construcción de puentes, calles y edificios.





Para facilitar sus tareas se construyó un ferrocarril de rieles de madera, conocido popularmente com El tren de los presos, para el transporte de rocas, arena y leña.
En un recorrido de 25 km conectaba la prisión con el bosque, pasando a lo largo de la costa en frente al creciente pueblo de Ushuaia. Funcionó desde el año 1909 hasta 1952. En el año 1947, por orden del Gobierno Nacional, el presidio fue clausurado y reemplazado por una base naval.
Cuarenta y dos años después, en 1994, el Tren de los presos retomó su recorrido histórico gracias a una iniciativa privada que se encargó de reconstruirlo, y de esta forma nació lo que es hoy el Ferrocarril Austral Fueguino o Tren del fin del mundo, el cual conecta el Parque Nacional Tierra de Fuego con las cercanías de la ciudad, realizando los últimos 8 km del recorrido original.
La finalidad de esta vía férrea es netamente turística, por lo cual ofrece comodidades como servicio de comedor y calefacción. Este paseo en el tren más austral del mundo permite revivir parte de la historia de aquel famoso Tren de los presos que circuló a principios de siglo.





El recorrido:
El Ferrocarril Austral Fuegino inicia su viaje en la Estación Fin del Mundo, recorriendo los últimos 8 km del trazado original. Atraviesa el Cañadon del Toro y cruza el Río Pipo sobre el Puente Quemado, donde se encuentran los restos de madera del puente viejo bajo las nuevas vías.
En la estación Cascada La Macarena, el tren se detiene para apreciar las vistas panorámicas, además de una reconstrucción de un típico asentamiento de una familia de uno de los pueblos originarios que poblaron estas tierras: los yámanas. En esta parada también es posible ascender hasta un mirador que ofrece una fabulosa vista del Valle del Río Pipo y desde el cual es posible observar la naciente de la cascada La Macarena en la cadena montañosa del Martial. Pasados 15 minutos, el silbato de los guardas avisará a los pasajeros para que regresen al tren y pueda reiniciar la marcha y llegar al poco tiempo al área del bosque sub-antártico, uno de los pocos que existen en el mundo.
Una vez entrado en el Parque Nacional Tierra de Fuego, se puede hacer un paseo acompañado de un guía que detallará el recorrido y la historia del Tren de los Presos. Siguiendo el transcurso del tren bordearemos el Río Pipo, donde encontraremos las huellas de la rutina diaria de los presos tras casi medio siglo de tala de bosques para poder abastecer la ciudad de leña y un turbal, el típico suelo característico de Tierra de Fuego compuesto de material orgánico y mineral compactado.
Una vez el tren llega al final del trayecto, la Estación del Parque Nacional, el pasajero podrá optar por regresar a la Estación del Fin del Mundo o bien continuar su visita al Parque Nacional Tierra de Fuego.







viernes, 17 de octubre de 2014

SIDI BOU SAID. El tesoro del Mediterráneo.


El Mediterráneo guarda lugares sorprendentes. Uno de esos sitios se encuentra a pocos kilómetros de la histórica ciudad de Cartago. Es el espléndido pueblo de Sidi Bou Said. Frecuentado en la actualidad por miles de turistas, que llegan desde los resorts ubicados en la costa o los formidables cruceros que fondean en aguas tunecinas, ha sido en diversas épocas punto de encuentro de místicos, pensadores, músicos, escritores, cineastas y artistas plásticos. Por este motivo, atesora un estimable acervo cultural forjado desde la Edad Media hasta nuestros días.  
Encaramado en una atalaya natural sobre el golfo de Túnez, su privilegiada localización permite contemplar La Goulette, el Cabo Bon (donde se libró una señalada batalla naval en la II Guerra Mundial) y las montañas del Atlas Telliano. Diríase que la luz, el color y la magia del Mediterráneo se hubieran congregado en Sidi Bou Said. Sus fachadas encaladas de un blanco impecable, así como sus musharabiyas (ventanas con celosías), rejas forjadas o vistosas puertas claveteadas recubiertas de un añil característico, compiten con el sol y el mar para proporcionar a la villa una luminosidad que atrapa a quienes se dejan seducir por su singular belleza.





En tiempos de Aníbal fue sólo una torre construida para vigilar la costa. Djebel el Manar o Montaña del Faro era su nombre cuando en las postrimerías del siglo XII, siendo ya una ciudadela, llegó un morabito o místico llamado Abu Saed. Meditación, espiritualidad y debates teológicos hicieron de este paraje un centro de retiro para numerosos y venerados ascetas. Sobre la tumba del santón se construyó en su día un mausoleo, el cual fue incendiado en 2103 por radicales salafistas. Los vecinos fueron los primeros en salir a apagar el incendio. El monumento se restauró con posterioridad para que podamos admirarlo de nuevo y degustar EL bamballoni, una especie de churro que venden en la entrada del santuario. Cuentan también las crónicas que finalizada la Reconquista en la península ibérica, algunos musulmanes del extinto Al-Andalus comenzaron en Sidi Bou Said una nueva vida.
A partir del siglo XVIII familias notables y pudientes erigieron aquí sus residencias de verano. Más tarde, a finales del XIX, la localidad adoptó el nombre del místico sufí. Pero si este lugar mantiene hoy intacta su personalidad se lo debemos al barón Rodolphe d´Erlanger, pintor y musicólogo especialista en música árabe, que en 1912 se estableció en Sidi Bou Said. El barón se convirtió pronto en un activista a favor de conservar el pueblo con su aspecto más tradicional. En 1915 consiguió que se promulgara un decreto para proteger la identidad y fisonomía de la villa de posibles agresiones urbanísticas e instaurar, así, sus distintivos colores azul y blanco con los que aún se decoran sus edificaciones.







La influencia de la familia d´Erlanger fue más allá. La nuera de Rodolphe, la baronesa Edwina, proveniente de una humilde familia norteamericana, conservó contra viento y marea el palacio Ennejma Ezzahra (Estrella de Venus) construido por su suegro. Un tesoro dentro de ese tesoro que es Sidi Bou Said. En su apogeo, perfumistas y modistos de París abrieron tiendas por estos lares para extranjeros adinerados, la mayoría franceses, que pasaban el verano en este rincón exclusivo de benévolo clima descrito por algunos como un Saint Tropez tunecino.
Dejando a un lado estos avatares, reconocidos artistas e intelectuales escogieron Sidi Bou Said atraídos por la peculiar atmósfera que irradia esta población a orillas del Mediterráneo. El mismo ambiente con olor a jazmín, menta, miel o canela que captaron los pinceles de Auguste Macke, Giacometti y Paul Klee. En su emblemático Café des Nattes celebraron sus tertulias Oscar Wilde, Maupassant, André Gidé, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre o el arquitecto Le Corbusier. Otro famoso local es el Café Sidi Chabaâne, nombre de un prestigioso músico, místico y poeta que tuvo allí su zawiya
En este lugar extraordinario todavía puede escucharse el célebre “maluf” de origen andalusí y caminado por sus sinuosas callejuelas empedradas, entre galerías de arte, tiendas de antigüedades, artesanía, marroquinería o venta de plata, es posible percibir la profunda huella de Túnez en la cultura mediterránea.








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domingo, 12 de octubre de 2014

EL MERCADO DE OTAVALO. Un laberinto de colores.


La verdadera belleza de Otavalo reside en su gente, los indígenas Otavaleños. El Mercado de Artesanías que hace famosa a esta ciudad es, sin dudas, uno de los más espectaculares de toda Sudamérica. Dos cosas fundamentales vuelven tan atractivo a este Mercado: su excepcional oferta y su relevancia cultural. Lo que lo vuelve fascinante es el modo en que el visitante puede vivir la cultura ecuatoriana y las tradiciones de la Sierra en un mercado donde las generaciones actuales interactúan del mismo modo que lo hacían en la época histórica en que fue creado.
El mejor día de la semana para visitar este rincón de los Andes es el sábado. Este día el mercado se expande por las calles de la ciudad desde su sitio original de la Plaza de los Ponchos. También es posible visitar el Mercado de Animales. 




El mercado artesanal
Este Mercado está ubicado en la conocida “Plaza de los Ponchos”. Un alucinante laberinto de telas y ropas de vivos colores se desparrama desde ahí por un gran número de calles aledañas a la Plaza todos los sábados. El resto de la semana, se restringe a la Plaza y a los locales comerciales de los alrededores. Casi de todo es posible encontrar mientras se deambula por las calles atestadas de ofertas, desde abrigos, pasando por charangos de armadillo, pinturas, bisuterías, artesanías, tapices para las paredes y hasta huevos fritos de cerámica. Un consejo gratuito: no se restrinja exclusivamente a la Plaza, camine y regatee por las calles más alejadas y puede que consiga por ahí mejores precios. Obviamente, mientras más compre, mejores precios recibirá. No tema alejarse de las calles principales pues toda la ciudad de Otavalo es un gran mercado donde podrá encontrar de todo lo imaginado y lo aun por imaginar.





Los indígenas otavaleños
Los Otavaleños han llegado a ser, posiblemente, la población indígena más próspera y más famosa de toda América Latina. En los últimos años se han diseminado por todo el mundo en una exitosa campaña por llevar la cultura andina al mundo. Puede ser que en parte por su éxito económico, los Otavaleños se las han arreglado para preservar cientos de años de tradiciones e identidad cultural. Son orgullosos y lo demuestran. Aun son fáciles de identificar por su vestuario tradicional: las mujeres con sus blusas blancas bordadas y sus collares de cuentas o mullos dorados, mientras que los hombres llevan el cabello largo tejido en una trenza, pantalones blancos por los tobillos, ponchos y sandalias.
La historia ha demostrado que los Otavaleños tienen un especial talento para todo lo relacionado con la producción textil y los negocios, (también para la artesanía y la música), desde épocas remotas, anteriores incluso a la Conquista Inca. Bajo la égida inca, en el siglo XV, Otavalo se convirtió en un importante centro administrativo al introducir en el área nuevos cultivos y animales. Unos años después de la Conquista española, la tierra ecuatoriana fue parcelada y entregada a dueños españoles. En Otavalo, Rodrigo de Salazar estableció una enorme fábrica de textiles (obraje) en su propiedad. A mediados de los años 1500, empleó a cientos de trabajadores y produjo una amplia gama de textiles que tuvieron gran uso en la Sudamérica colonial. Los españoles introdujeron nuevos utensilios y fibras a esta industria del tejido y a principios del siglo XVII el taller de Salazar se había ya convertido en el más importante del país. 




El actual auge textil en Otavalo despegó a inicio de la década de 1960 cuando los Otavaleños que trabajaban en la Hacienda Zuleta comenzaron a usar técnicas de tejido introducidas desde Escocia. De este modo fue cuando surgió el material llamado Casimir Otavaleño, que tiene un bajo precio y una alta calidad y que pronto encontró clientes importantes en diversas ciudades ecuatorianas. Los tejedores diversificaron con el tiempo sus producciones y muy pronto se establecieron por todos los rincones del país. Actualmente con más del 80% de los Otavaleños relacionados de un modo u otro con la industria textil, los productos de Otavalo se encuentran en todos los mercados del mundo, desde aquellos en países vecinos como Venezuela y Colombia hasta los Estados Unidos, Europa e incluso Asia.