Los leones del Okavango, a los que, como grandes gatos que son, no les gusta mucho el agua, tuvieron que aprender a nadar para dar caza a sus presas. El inesperado laberinto de islas, canales y lagunas por el que se desgaja este río durante la inundación no les deja más opción para sobrevivir en este universo anfibio del África Austral. Tras avanzar lentamente desde las Tierras Altas de Angola y atravesar Namibia, el Okavango, en lugar de continuar como haría un buen río hasta el mar, se queda varado en pleno desierto del Kalahari formando un abanico fluvial que, según los caprichos de sus crecidas, oscila entre los 16.000 y los 22.000 kilómetros cuadrados. Nada parecido ocurre en todo el planeta, y mucho menos con semejante concentración de fauna salvaje a su alrededor.
Aunque
se puede llegar en todoterreno al corazón del delta, como mejor se aprecian sus
paisajes es desde las avionetas que aterrizan en las pequeñas pistas de arena
casi a las puertas de sus mejores lodges. Volando bajo, desde sus alturas
alcanzan perfectamente a verse las manadas de elefantes y búfalos que campan
entre su inmensidad, y hasta el trotar coqueto de las jirafas o a los
hipopótamos que se pasan el día sumergidos a la fresca de sus caños más
profundos. Pero más incluso que todo ello, lo que verdaderamente corta la
respiración durante el vuelo son las vistas sobre las serpenteantes lenguas de
agua que se ramifican entre las desérticas planicies de las sabanas y los
bosques de mopanes y acacias. De poderse elegir, lo verdaderamente redondo
sería hacer en avioneta el viaje de ida hasta el delta para así, desde el aire,
tomar conciencia ya de entrada de sus hechuras, y salir de sus dominios en 4×4,
ya que la ruta por tierra es también otro espectáculo.
Safaris en mokoro
De
igual forma, una vez instalado en alguno de sus campamentos o lodges, lo suyo
será aunar las consabidas expediciones en todoterreno en las que salir al
encuentro de los big five o cinco grandes que moran por semejantes escenarios
–es decir, el elefante, el búfalo, el rinoceronte, el leopardo y el león– con
los safaris en mokoro, una de las estrellas indiscutibles de los días en el
Okavango. Y es que sus llanuras inundadas brindan una aproximación a la fauna
absolutamente excepcional a bordo de estas canoas de escaso calado, perfectas
para abrirse paso entre sus brazos del agua. La tribu de los bavei se ha
servido desde siempre de ellas para desplazarse por estos territorios. Hoy, los
mokoros también se emplean para emprender safaris nada convencionales. Con
apenas dos pasajeros a bordo, además del poder que los impulsa con una enorme
pértiga cual gondolero africano, el lento fluir de estas canoas proporciona un
acercamiento a la naturaleza y a su fauna sin baches, sin polvaredas y en un
inquietante y emocionante sigilo entre los nenúfares y papiros que crecen a las
orillas. Además de avistar desde el agua aves tan perseguidas por los amantes
de la ornitología como el jaribú o el martín pescador malaquita, también será
una constante la presencia, ya menos inocente, de cocodrilos e hipopótamos.
Para evitar el encuentro con estas moles de hasta 3.000 kilos que después del
mosquito son los animales que más muertes provocan en el África negra, estas
fragilísimas piraguas se ciñen a los caños más someros del delta.
La Reserva de Moremi
Las
lanchas a motor con las que también invitan a hacer safaris prácticamente todos
los campamentos de la zona sí llegan sin embargo a adentrarse, aunque con
infinita precaución, por las aguas más profundas en las que permanecen
sumergidas estas manadas compuestas por hasta una veintena de hembras y un
único macho dominante, cuyos característicos resoplidos son los únicos que se
atreven a romper los silencios del Okavango. Éste alberga una zona permanentemente
inundada, otra anegada sólo estacionalmente y la Reserva de Moremi, su única
porción reconocida como parque nacional. Son los contrastados ecosistemas
anfibios de este auténtico santuario los que reúnen la mayor densidad de fauna,
por lo que las posibilidades para los avistamientos son aquí excepcionales:
grandes manadas de búfalos, jirafas, elefantes, impalas o red lechwe, el
antílope más característico del Okavango, además de hasta quinientas especies
de aves y un también surtido elenco de predadores que abarca desde el león, el
guepardo o el leopardo hasta hienas, chacales y el licaón o perro salvaje
africano, especialmente protegido en todo el área al estar en serio peligro de
extinción.
Lo mejor de cada temporada
No hay vallas entre Moremi y el Delta del Okavango. Sus lindes las definen de forma natural las vías fluviales que atraviesan en libertad sus animales durante sus migraciones estacionales. Y tampoco hay época mala para viajar por estos pagos. Si la temporada seca, de mayo a octubre, se considera la mejor para avistar a los grandes mamíferos que entonces se concentran por las zonas permanentemente inundadas, las lluvias, que entre noviembre y abril hacen que las pistas se vuelvan muy complicadas y que disminuya el por otra parte nunca aquí excesivo flujo de visitantes, se convierten en todo un aliciente para observar aves y los paisajes se muestran exultantes.
No hay vallas entre Moremi y el Delta del Okavango. Sus lindes las definen de forma natural las vías fluviales que atraviesan en libertad sus animales durante sus migraciones estacionales. Y tampoco hay época mala para viajar por estos pagos. Si la temporada seca, de mayo a octubre, se considera la mejor para avistar a los grandes mamíferos que entonces se concentran por las zonas permanentemente inundadas, las lluvias, que entre noviembre y abril hacen que las pistas se vuelvan muy complicadas y que disminuya el por otra parte nunca aquí excesivo flujo de visitantes, se convierten en todo un aliciente para observar aves y los paisajes se muestran exultantes.
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