El Lagol Baikal, el mayor lago de agua dulce del planeta, se llega con el mítico ferrocarril Transiberiano, que conecta Moscú con las principales localidades de la más grande de las regiones que conforman la actual Rusia: Siberia. De esa forma, la visita a este entorno lacustre adquiere una dimensión de aventura, de auténtica esencia viajera, una experiencia impagable en estos tiempos en que impera la inmediatez y la obsesiva programación de las rutas turísticas convencionales.
De
hecho, al Baikal conviene venir con vocación de pionero, con espíritu abierto y
afán de sorpresa. Todo es posible en sus orillas y casi todo está por descubrir
en sus fondos, que alcanzan los 1.636 metros (aunque los sedimentos se asientan
sobre más de 9.000 metros de profundidad) y que lo convierten en el entorno
lacustre más profundo del planeta. Las primeras imágenes de esos fondos
llegaron en el año 2008, tras las incursiones de los batiscafos Mir-1 y Mir-2,
con tecnología y un presupuesto casi de expedición espacial. Sin duda, mereció
la pena el dinero invertido, sobre todo para comprender los orígenes y buena
parte de los secretos del lago.
Las
cifras sobrecogen a quienes se acercan a este remoto rincón de la Siberia rusa:
la superficie del Baikal alcanza los 636 kilómetros de largo, con una anchura
de entre 29 y 80 kilómetros, es decir, casi 31.500 kilómetros cuadrados. A eso
hay que sumar 2.100 kilómetros de orillas y un volumen estimado de agua que
supera los 23.600 kilómetros cúbicos. El Baikal es también uno de los lagos más
antiguos del planeta, pues sus orígenes se remontan hasta alguna época entre
los 25 y 30 millones de años.
El
lago, y las tierras que baña, están completamente rodeados por los montes
Baikal, que dotan al conjunto de una escenografía difícilmente comparable a la
de ningún otro punto del planeta. Un lugar donde tiene todo su protagonismo el
agua, transparente, con una gran visibilidad pese a lo profundo de su lecho y,
por fortuna, regenerada tras los oscuros tiempos, allá por las últimas décadas
del comunismo soviético, en que la biodiversidad del lago se vio seriamente
amenazada por los vertidos de una planta procesadora de papel y celulosa. Pese
a que el peligro no haya desaparecido del todo para las más de 1.600 especies
de animales y unas 850 de flora que han sido catalogadas hasta el momento y que
viven en el lago o su entorno –el cambio climático está entre los factores más
amenazantes, así como los planes de explotación de las numerosas balsas de
petróleo existentes en la zona–, lo cierto es que la superficie del Baikal
crece unos dos centímetros cada año, revelando que es un ente vivo y en
constante regeneración. Un espacio tan valioso para el planeta, que fue
incluido en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 1996.
La foca nerpa, única en el mundo
La
estrella de todos los animales del lago es la foca nerpa. Es a ella a quien
buscan con ahínco y paciencia la mayor parte de los viajeros ocasionales. No es
para menos. Primero por la belleza y simpatía de este animal; segundo, por su
singularidad, pues se trata de la única foca del planeta que vive en agua
dulce. Se supone que una colonia de antepasadas de las focas actuales remontó
el río desde el mar, situado a más de 1.700 kilómetros, hasta quedar aislada en
este lugar.
Pero,
sin duda, el ser vivo más importante para la conservación de la riqueza
biológica y la pureza de las aguas del lago es el epishura, un crustáceo
diminuto de apenas 2 milímetros de largo que se concentra aquí en niveles
sorprendentes: se calcula que en un metro cúbico de agua del Baikal pueden
habitar hasta tres millones de estos animales, que cumplen una fundamental
labor de filtrado del líquido elemento.
El lago, al que casi habría que considerar un mar interior, es también el hábitat de una especie endémica de esturión, así como del curiosísimo pez golomjanka, de aspecto casi transparente. Y sus orillas, flanqueadas en muchas ocasiones por espesos bosques de coníferas, son refugio habitual de osos y venados.
El lago, al que casi habría que considerar un mar interior, es también el hábitat de una especie endémica de esturión, así como del curiosísimo pez golomjanka, de aspecto casi transparente. Y sus orillas, flanqueadas en muchas ocasiones por espesos bosques de coníferas, son refugio habitual de osos y venados.
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