El Mar de Tasmania parece haber asestado varios zarpazos a la costa suroeste de la Isla Sur de Nueva Zelanda, provocando una sucesión de grandes hendiduras en la tierra. Es Fiordland, la tierra de los fiordos. En realidad el origen es glaciar, aunque el gran beneficiado es el mar que en Milford Sound –Piopiotahi en maorí– introduce una lengua de agua hasta 15 kilómetros tierra adentro. Pero lo espectacular está en las impresionantes paredes de granito, escarpadas, irregulares, grandes uñas que arañan al mar invasor y lo arropan con picos que superan los 1.200 metros de altura.
En
Milford Sound llueve una media de 182 días al año. Estas lluvias son las
responsables de que las laderas estén jalonadas por cientos de cascadas
efímeras que alcanzar casi los mil metros. Tanta humedad permite la
proliferación de una naturaleza boscosa exuberante que crece aparentemente al
margen de los designios de la gravedad. Sin embargo, cuando las lluvias son
torrenciales, tanta agua arrasa las zonas de agarre del suelo causando
avalanchas de árboles ladera abajo hasta el fondo del cañón. Afortunadamente la
naturaleza es generosa y extremadamente fértil en esta región y pronto crecerán
nuevos árboles, que resultan fácilmente distinguibles a simple vista de los que
son más viejos.
Al
ir a Milford Sound, es mejor mentalizarse de que posiblemente se visite bajo
una cortina de agua. Es incómodo, pero permite ver el fiordo en todo su
esplendor, con las cascadas precipitándose al vacío entre en una densa neblina
que envuelve el paisaje en un halo de misterio. Por el contrario, si el día
amanece raso, el agua se convierte en un espejo azul intenso donde se reflejan
los picos con absoluta nitidez.
Tres días de senderismo
Aunque
a la base del fiordo se puede acceder en coche desde Queenstown o Te Anau, los
aventureros no renuncian a recorrer a pie el Milford Track. Conocido como “el
sendero más bello del mundo”, consiste en 54 kilómetros de camino que arranca
en el Lago Te Anau. Pueden parecer pocos kilómetros, pero es una ruta exigente
de montaña –desaconsejada en invierno por la nieve y el frío– que se realiza a
lo largo de tres días haciendo noche obligatoriamente en las cabañas
habilitadas para ello. En invierno se permite hacerlo de ida y vuelta; con buen
tiempo (de octubre a abril) el trayecto es únicamente de ida, por lo que hay
que gestionarse el regreso desde Milford Sound en autobús o avión. Por esta
razón la entrada de senderistas se limita a cuarenta personas al día ya con el
alojamiento reservado para cada noche. El Milford Track atraviesa un
impresionante paisaje de origen glaciar, con valles profundos y escarpadas
montañas. La vegetación también varía: desde plantas subalpinas en las alturas
más extremas a bosques de hayedos en las partes bajas de los valles,
alimentados por unas temperaturas suaves con humedad. El camino sigue el cauce
del río Clinton para volver a ascender hasta puntos elevados como el Mackinnon
Pass (1.073 m), excelso mirador hacia un paisaje abrupto donde el viento suele
soplar con fuerza. Después se desciende al Valle Arthur, se pasa por la
sobrecogedora catarata Sutherland, una de las más altas de Nueva Zelanda, y a
continuación, la más modesta Giant’s Gate, desde cuyo puente colgante a pocos
metros sobre el río se aprecia la transparencia de sus aguas. Bordeando
el Lago Ada se culmina en Sandfly Point, llamado así por la enorme presencia de
moscas de arena que, literalmente, acribillan a los senderistas. Cuenta la
leyenda maorí que una diosa las puso como cancerberos para evitar el acceso de
los forasteros y preservar así intacta la belleza del fiordo. Sin embargo,
decenas de botas de montaña colgadas son la señal triunfante de que se ha
superado una dura prueba.
Aunque
menos aventurero, el camino también puede hacerse en avión desde Queenstown o
en coche por la Milford Road a través del Fiordland National Park, aunque
obliga a dar un gran rodeo de 121 kilómetros –293 si se sale desde Queenstown–.
Es una carretera de montaña donde la conducción puede complicarse por los
fuertes vientos, la lluvia, o la nieve, que obliga a transitar con cadenas
durante los meses de invierno. A cambio, se disfruta de un paisaje
impresionante desde el valle del río Eglinton, de origen glaciar, de los lagos
Gunn y Fergus y, finalmente, se atraviesa el túnel Homer, cuya estrechez
(sumada al peligro de desprendimientos) obliga a la regulación del tráfico a su
paso con semáforos para evitar atascos a la entrada y prevenirlos en el
interior.
Navegando por el fiordo
Camino y carretera finalizan en Milford Sound, llamado “la octava maravilla del mundo” por Rudyard Kipling, y donde es posible tomar un barco para recorrer el fiordo, sus montañas y sus cataratas. Hacia la mitad del fiordo encontramos el Pico Mitre (1.692 m), el techo del fiordo, llamado así porque su forma recuerda a una mitra. A sus espaldas está el Simbad Gully, un barranco descarnado por la acción de los torrentes. En la otra orilla, el Pico Elefante (1.517 m) y Lion Mountain (1.302 m), similar a un león recostado. Ajenos al devenir de la lluvia, focas, pingüinos, delfines y tiburones colonizan las aguas del fiordo junto con los arrecifes de coral negro.
Camino y carretera finalizan en Milford Sound, llamado “la octava maravilla del mundo” por Rudyard Kipling, y donde es posible tomar un barco para recorrer el fiordo, sus montañas y sus cataratas. Hacia la mitad del fiordo encontramos el Pico Mitre (1.692 m), el techo del fiordo, llamado así porque su forma recuerda a una mitra. A sus espaldas está el Simbad Gully, un barranco descarnado por la acción de los torrentes. En la otra orilla, el Pico Elefante (1.517 m) y Lion Mountain (1.302 m), similar a un león recostado. Ajenos al devenir de la lluvia, focas, pingüinos, delfines y tiburones colonizan las aguas del fiordo junto con los arrecifes de coral negro.
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