La Acrópolis de Atenas, conocida como «la roca sagrada», es la joya de la Grecia clásica. Sus templos han maravillado al mundo durante siglos y han dejado constancia de la Edad de Oro de la capital ateniense (siglo V a.C.), cuando en ella confluían arte, riqueza y democracia. Sucedía todo bajo la batuta del estadista Pericles, a quien se debe esta maravilla monumental. El astuto político, gobernante de Atenas entre el 461 y el 429 a.C., desvió fondos del tesoro público –en un acto de corrupción que paradójicamente habría que agradecerle– para reconstruir la Acrópolis, arrasada por los persas el año 480 a.C. La colina de Atenas sobre la que se emplaza, habitada desde la Antigüedad, pronto se convirtió en un lugar sagrado, visible desde toda la ciudad.
Para visitar la
Acrópolis conviene madrugar, por la afluencia de visitantes todo el año y por
el calor en verano. Ascendiendo la colina desde la ladera sur, uno de los
primeros vestigios que se encuentra es el teatro de Dionisio (siglo IV a.C.)
–el más antiguo que se conserva–, donde hasta 17.000 espectadores presenciaban
las obras de los trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides. Por encima de sus
restos se avistan las murallas; fueron construidas no solo para defender, sino
también para cimentar los desniveles de la colina. Tras atravesar el templo de
Asclepio (dios griego de la medicina) y recorrer la columnata del rey Eumenes
II, se llega al odeón de Herodes Ático (siglo II), otro teatro magnífico que
aún acoge conciertos de música clásica y ópera, dada su envidiable acústica.
Cúspide de la colina
La zona alta de la
Acrópolis fue la más difícil de recuperar durante los trabajos arqueológicos
del siglo XIX. Había sido fortificada por los francos en la Edad Media y la
encontraron cubierta de edificios de la época turca, como se ve en unos
grabados del Museo Benaki. La Acrópolis estaba precedida por los Propileos (V
a.C.), un monumental vestíbulo construido por el arquitecto Mnesicles, quien
combinó en él por vez primera columnas de estilos distintos (dórico y jónico).
Tenía una nave central y salas laterales que, según el viajero e historiador
heleno Pausanias (siglo II), albergaban en su época una pinacoteca de temática
mitológica.
Junto a los
Propileos, asomado a la ciudad desde un saliente, queda el pequeño y exquisito
templo de la diosa Atenea Niké (Victoriosa), creado en el siglo V a.C. para
conmemorar el triunfo de los atenienses sobre los persas.
Al viajero antiguo
que entraba en la Acrópolis le recibía una estatua de nueve metros de la diosa
Atenea Promakos (Campeona) realizada por Fidias, el escultor más famoso de
Atenas, quien también supervisó las obras del conjunto; trasladada a
Constantinopla por los bizantinos, acabó destruida por una turba de cristianos
en el siglo XIII.
Ahora, lo primero
que ve y asombra al visitante es el imponente Partenón (438 a.C.), esencia de
la Acrópolis y cumbre del arte clásico. Tardó quince años en construirse, todo
en mármol, a excepción del techo de madera, y tenía los frisos y frontones
coloreados.
La Sala Sagrada
En un extremo del
edificio estaba la naos, a la que solo accedían los iniciados. Allí
se veneraba a la diosa Atenea Partenos (Virgen), representada en otra escultura
de Fidias, ésta de doce metros y cubierta de oro y marfil. También fue
transportada a Constantinopla, donde se le perdió la pista. Para tener una idea
de cómo era se puede ver una copia romana más pequeña en el Museo Arqueológico
Nacional de Atenas.
Frente al Partenón se erigía el Erecteión,
el templo más sagrado del conjunto. Fue construido donde, según la leyenda, se
enfrentaron los dioses Poseidón y Atenea para poseer la ciudad. Lo más bello
del edificio son las refinadas cariátides, las columnas con forma de cuerpos
femeninos que sustentan el pórtico sur; las originales se guardan en el Museo de
la Acrópolis. Aunque tras los Propileos solo quedan en pie el Partenón y el
Erecteión, en la cima se contemplan otros restos como el altar de Zeus y los
templos de Poseidón y Atenea Ergane (Obrera)
Desde los Propileos se puede abandonar la
Acrópolis por la primitiva entrada, la actual Puerta de Beulé, nombre del
arqueólogo francés que la descubrió en 1852. Por ella se desciende a los pies
de la colina donde está el moderno Museo de la Acrópolis, abierto en 2009 y
complemento imprescincible de la visita. Exhibe desde monedas a magníficas
esculturas, frontones y frisos del Partenón y, bajo un suelo de cristal, restos
hallados durante la construcción del edificio.
Lo mejor para despedirse del yacimiento es contemplar sus ruinas desde la vecina colina de Pnyx. Viendo virar el mármol de la Acrópolis del amarillo al fogoso carmín del atardecer, sobre los edificios blanquecinos, el viajero se da cuenta de la genialidad alcanzada por los atenienses que vivieron hace casi 2.500 años.
Lo mejor para despedirse del yacimiento es contemplar sus ruinas desde la vecina colina de Pnyx. Viendo virar el mármol de la Acrópolis del amarillo al fogoso carmín del atardecer, sobre los edificios blanquecinos, el viajero se da cuenta de la genialidad alcanzada por los atenienses que vivieron hace casi 2.500 años.
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