Entre las montañas peladas y rodeado de huertos y terrazas se encuentra uno de los centros históricos más singulares del Archipiélago canario.
La villa de Betancuria fue la primera capital administrativa y religiosa de Fuerteventura después de la colonización europea. Su origen se remonta al año 1404 y atesora un rico patrimonio arquitectónico y artístico que atrae al año a miles de visitantes. En su casco de casas diseminadas se encuentran los edificios más notables de la isla de entre los que destacan la Iglesia de Santa María de Betancuria o la iglesia y convento de San Diego, que conforman, junto a la catedral de Las Palmas de Gran Canaria, el conjunto gótico más importante del Archipiélago canario. Su nombre evoca al conquistador normando Juan de Bethencourt y desde su fundación se erigió en capital de la isla y, durante un breve espacio de tiempo, ejerció de sede del Obispado de Canarias. En el siglo XVIII se produjo el traslado de la autoridad militar de la isla a La Oliva y gran parte de los vecinos se desplazaron hasta esta población y a la vecina Pájara.
El declive de Betancuria, que en la actualidad es el municipio menos poblado de Canarias con un censo que apenas sobrepasa los 700 habitantes, culminó en el siglo XIX con el traslado de la sede del Cabildo Insular de la isla a la localidad de Antigua en 1834. En la actualidad, el carácter de centro histórico de Fuerteventura ha provocado la creación de una interesante oferta de establecimientos hosteleros entre los que destacan un par de muy buenos restaurantes y tiendas donde puede comprarse artesanía local de mayor o menor fortuna y factura.
La Iglesia-Catedral de Santa María de Betancuria es una de las escasas muestras del arte gótico en Canarias. La presencia de elementos del último gran estilo noble de la Edad Media se pone de manifiesto en los arcos apuntados del exterior e interior del templo que, también, posee uno de los mejores artesonados mudéjares de las islas. Aun así, el edificio original quedó destruido tras un ataque de piratas berberiscos en 1620. La traza original se debe al cantero normando Jean Le Maçón, que inició las obras en 1410. En el exterior también hay que destacar la portada barroca firmada por Pedro de Párraga y la torre que se reedificó en el siglo XVII siguiendo el diseño primitivo.
En el interior, la iglesia presenta planta basilical con tres naves. El coro y el baptisterio también cuentan con trabajadas cubiertas de madera, aunque la verdadera joya del templo es el magnífico artesonado de la sacristía, uno de los más bonitos de las islas. También es curioso el suelo de cantería que cubre todo el interior de la isla que, en realidad, no es más que una sucesión de lápidas que guardan las tumbas de algunos de los nombres más ilustres de la historia de la isla. Otra pieza digna de admirarse es la talla flamenca de Santa Catalina que, según la tradición, acompañó al mismísimo Juan de Bethencourt durante la conquista de la isla. En el pequeño museo de Arte Sacro se guardan piezas de culto que han pertenecido a la parroquia desde su fundación en los albores del siglo XV.
Otra visita obligada es el Museo Arqueológico y Etnográfico. El propio inmueble, una casona tradicional canaria restaurada, merece la visita, pero lo que realmente importan son sus cinco salas expositivas donde se muestra una pequeña colección de piezas arqueológicas que nos hablan del majo y su relación con el entorno. Una hábil combinación de textos históricos y explicaciones nos ponen sobre la pista de aquellos hombres y mujeres que ocuparon la isla durante siglos y que supieron sacar provecho de un ecosistema marcado por la dureza haciendo un recorrido que incluye su apariencia física, su economía, costumbres sociales, organización política y creencias religiosas.
A parte de la pequeña exposición arqueológica el museo cuenta con salas dedicadas a la formación geológica y los restos paleontológicos que se localizan en la isla. Interesantísima la explicación sobre los cambios climáticos que ha sufrido la estrecha geografía majorera. La visita se completa con una colección de objetos etnográficos que explican la relación del majorero con su tierra en tiempos históricos.
Un urbanismo diseminado
Un paseo por las calles que forman el casco urbano de Betancuria permite descubrir la evolución de la arquitectura tradicional majorera a lo largo de los siglos. El mismo urbanismo de la primitiva capital majorera es una de las particularidades de una villa construida a lo largo del cauce de un pequeño barranco y organizada en torno a pequeños huertos y terrazas de cultivo. El uso de la cantería en las esquinas de los edificios más nobles y la madera son algunos de los elementos más destacados de casas cuyas estancias se organizan en torno a grandes patios centrales.
Hacia el norte se encuentran la Ermita de San Diego Alcalá y el Convento de San Buenaventura. Del convento hoy sólo quedan los muros que se levantan hacia el cielo sin la cubierta que un día protegió a una próspera comunidad franciscana que se estableció en la isla a los pocos años de concluir la anexión para garantizar la efectiva cristianización de los aborígenes que sobrevivieron a las sacas esclavistas y la violencia de la conquista. Las primeras piedras de este edificio, que cuenta con notables elementos de estilo gótico, se colocaron en 1423. Muy cerca se encuentra la Ermita de San Diego Alcalá, que tal como los principales centros religiosos de la zona presenta elementos góticos. La pequeña ermita se levantó en torno a la cueva donde el santo oraba mientras permaneció en el convento de San Buenaventura.
En el camino al municipio de Antigua se encuentra el mirador de Morro Velosa. Desde este lugar, situado en la cima de una de las montañas más altas de la isla de Fuerteventura pueden verse espectaculares vistas sobre el valle central de la isla y la vecina localidad de Antigua. Dentro de los límites del municipio también se encuentra el pequeño pueblo de Valle de Santa Inés, donde se encuentra la pequeña Ermita de Santa Inés mandada a levantar por Doña Inés Peraza, señora de la isla. También este pequeño pago de interior se encuentra uno de los centros loceros (cerámica tradicional) más importantes de la isla.
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