La roca está situada a
Vértigo. Esa es la palabra que mejor define la costa
noruega, probablemente el lugar del mundo donde el diálogo entre la tierra y el
mar es más fascinante. Vértigo en
Trollstigen, la Escalera de los Trolls, una serpiente de asfalto rodeada de
montañas que forma parte de la Ruta Dorada, ese derrotero que partiendo de Åndalsnes
contiene, como en un pildorazo, algunas de las grandes atracciones del litoral:
el fiordo de Geiranger, Valldal, Eidsdal, Hellesylt, el mirador de
Flydalsjuvet, el monte Dalsnibba... Y por supuesto, vértigo en El Púlpito,
la roca gigantesca en la que ha
perdido la vida un turista
español.
El Preikestolen (El Púlpito) es
un mirador natural, de unos 25 por 25 metros , situado a 600 metros sobre las
aguas turquesa del Lysefjorden. Pocos visitantes de Stavanger se resisten a
realizar esta caminata de cuatro a cinco horas (entre ida y vuelta), apta
para todos los públicos con un mínimo de forma física, para disfrutar de las
vistas. El problema es que la fascinación puede jugarnos una mala pasada si no
actuamos con la debida prudencia. En esa gigantesca plataforma pétrea no hay vallas que nos separen
del abismo, y es habitual ver a los turistas sentados o tumbados en el
borde para captar las imágenes más espectaculares.
Otro de estos lugares mágicos (y peligrosos) es la roca Kjerag, un peñasco encajonado entre
paredes y con vistas, también, al majestuoso
Lysefjorden. La roca se encuentra a 1.000 metros sobre el
fiordo, y saltar hacia ella para hacerse una instantánea es casi un acto
de fe que sube las pulsaciones al nivel de una taquicardia.
En la costa de Noruega hay muchos otros miradores de este
tipo. Por ejemplo, Trolltunga, en Hardanger, una estrecha plataforma que se
sostiene milagrosamente a 350
metros por encima de Ringedalsvatnet. La foto, bajo
estas líneas, habla por sí misma.
Los fiordos,
valles excavados por glaciares y colonizados por el mar, proponen un tipo de viaje diferente, con rodeos y altibajos, sin
margen para el aburrimiento o las prisas. Para el visitante primerizo supondrán
un bello obstáculo a primera vista, cuando en realidad el agua también hace
camino. El cruce en ferry a la otra orilla proporciona un rato de asueto para
tomar un café y relajarse en cubierta mientras contemplamos el paisaje. Tras el
ferry vendrá un pueblo pintoresco, una carretera sinuosa, una antigua iglesia
de madera que ha flotado en el tiempo... y otro fiordo.
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