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viernes, 17 de junio de 2016

ISLAS EOLIAS. El descanso de Ulises.


Aquí, cuenta la odisea, descansó Ulises en su periplo. Cada una con su particularidad, las Eolias son un pequeño universo de playas, volcanes y aldeas perdidas….


Por el cráter de Strómboli volvieron a la superficie los peregrinos imaginarios de “Viaje al centro de la Tierra”. Dicen que ésta ha sido la única ficción de Julio Verne que no se ha cumplido a modo de profecía astrológica. Precisamente me pregunto sobre esa pulsión humana por navegar horizontes imposibles mientras me asomo con cuidado a esta boca abierta que saluda con sus papilas de fuego. El volcán aún está encendido, sólo que escupe borbotones, fumarolas de tanto en tanto como para contar que hay vida ahí abajo pero que por ahora la cosa está calmada. Desde aquí respira la tierra. Strómboli es montaña y es también isla, una de las siete que conforman el archipiélago volcánico de las Eolias. Y quizás la paradoja mayor sea que, a pesar de su origen explosivo, es uno de los destinos más tranquilos del Mediterráneo. Es de esos rincones que todavía no han caído en las garras del turismo masivo y que le permiten a uno sentirse un Robinson Crusoe más de una vez a lo largo del territorio. Bien podrían haber puesto en la entrada un letrero con la advertencia: Amantes de las aglomeraciones, abstenerse.




SIETE ISLAS DE LAVA
Bajo los nombres de Lípari, Salina, Panarea, Vulcano, Strómboli, Alicudi y Filicudi, estas siete islas son el resultado de erupciones que tuvieron lugar hace unos 700.000 años (un par de minutos si hablamos en términos geológicos). Declaradas Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, hoy se han transformado en uno de los secretos mejor guardados de los paisajes italianos (por eso el miedo a revelarlo). Las Eolias se encuentran en pleno mar Tirreno, denominación que toma el Mediterráneo en esta zona, a tan sólo 40 kilómetros de las costas sicilianas.
Más allá de las cuestiones de relieve, de arenas y valles verdes, las Eolias son parte de esa Italia fílmica en la que el neorealismo puede transformarse en realismo puro y pragmático. En 1949 se rodó aquí la película “Strómboli”, una de las obras maestras del genial Roberto Rossellini; cuentan que la isla homónima fue el escenario de aquel arrebato pasional con Ingrid Bergman. Digamos que entre mitos se entienden a la hora de elegir lugares de encuentro. Hay una placa en una de las casas coloniales que recuerda el romance. Años más tarde en Salina, en las playas de Pollara, se filmaron escenas de El cartero de Neruda, de Michael Radford. La casona y patio del Philippe Noiret de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, donde se asomaba Massimo Troisi en busca de inspiración poética, está aún intacta, junto al mar.




Lípari es la mayor de las islas. La piazza Ugo di Sant´Onofrio es punto de encuentro y quizás uno de los mejores lugares para degustar los espaguetis a la eoliana, una mezcla de alcaparras, hierbabuena y atún que puede acompañarse con el delicioso Malvasía regional. Es bueno empezar por aquí. Es la isla con mayor infraestructura turística y así uno va alejándose poco a poco de esos excesos de urbanidad que a veces delata a los viajeros. Hay un museo arqueológico con una sección dedicada a los fondos marinos y sus tesoros hundidos, catalogada como una de los más interesantes en Europa, además de colecciones de cerámicas griegas, ánforas romanas y máscaras de terracota.
Salina es la segunda en tamaño y sin duda la más verde. Quizás por eso es la única cuyo centro montañoso formado por el monte Fossa y delle Felci y el monte dei Porri se ha constituido como Reserva Natural. Aquí es donde puede verse el abanico de flora y fauna de la región.
Panarea es como un Saturno terrícola y gravitacional. Está envuelta por ocho islotes a modo de anillos, donde hay restos de antiguas residencias romanas. En la actualidad es uno de los rincones del jet set italiano. De todas, es la isla de moda.



Según la Odisea, Vulcano es la morada de Eolo, el dios de los vientos. Fue allí donde Ulises recibió las brisas favorables para continuar su viaje, cerrar el ciclo de Itaca y regresar a Penélope. Para la mitología griega, éste fue uno de los puertos de descanso de Ulises. El volcán que da nombre al lugar erupcionó por última vez en 1890, aunque de tanto en tanto emite fogonazos. A pesar de eso no es peligroso ascender hasta su boca. Su apertura de 500 metros de diámetro tiene, de alguna manera, línea directa con el núcleo de la tierra. Desde arriba la panorámica sobre todas las islas es inigualable. En Porto di Levante, cerca de allí, siempre hay grupos de viajeros que repiten el rito de los romanos y se bañan en piscinas naturales de barros calientes. Cuentan que la mezcla de minerales, entre los que predomina el azufre (por eso el olor es intenso, a huevo podrido, digámoslo), es curativa para problemas de reuma o artritis. Hay quienes llegan con afán terapéutico, otros sólo buscan la pura y sana experiencia lúdica de untarse hasta los ojos.
El volcán de Strómboli también está en activo. El ascenso es un poco más difícil y se necesitan unas dos horas y media para llegar hasta la cima, pero el resultado vale la pena. Cada 20 minutos la montaña da su opinión en el lenguaje del fuego. No muy lejos de allí, en una de las pendientes llamada Sciara del Fuoco, baja un río de lava incandescente de un kilómetro de ancho. Es un fenómeno que se repite desde hace siglos y cuentan que siempre funcionó como una especie de faro natural para los navegantes. Quizás por eso la forma más interesante de ver esas luces sea hablando con algún pescador, alquilarle su barcaza y alejarse unos 100 metros de la costa para observar el espectáculo desde el mar.
Si bien San Vicenzo es la aldea más popular de Strómboli, con sus playas de arena negra y su incipiente bullicio, el pueblo de Ginostra, en la otra orilla, es una joya en el tiempo. Sobre todo porque uno puede vivir el placer de pasear por las calles sin coches. No hay embarcadero ni electricidad y sólo es accesible por mar. Aquí sí viven “Bajo el Volcán”, como diría Malcolm Lowry, pero para los habitantes esto no representa ninguna amenaza; todo parece estar controlado y ante una situación inesperada los planes de evacuación están a la orden del día.
Filicudi y Alicudi son las islas más salvajes. Son algo así como El Hierro canario, una maravilla en estado virginal. Ambas están rodeadas por centenares de grutas y túneles submarinos que se han convertido en uno de los puntos de referencia para buceadores.
Dicen sus habitantes que las Eolias son el mejor cóctel mediterráneo para los que buscan ese apartarse del mundo a veces tan necesario. Y dicen que si no es cierto, al menos algo de eso habrá, y repiten: “aquí descansó Ulises…”






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