No es ni siquiera el mayor de los colosos de hielo que atesora el Parque Nacional de los Glaciares; sin embargo, el Perito Moreno tiene mucho más nombre que el propio parque, declarado como tal en 1937 para proteger el Campo de Hielo Continental y los trece glaciares principales que ocupan un tercio de sus más de 700.000 hectáreas y, por supuesto, catalogado también como Patrimonio de la Humanidad desde el año 1981 por su belleza e interés glaciológico y geomorfológico. A una hora y media por carretera de la pequeña ciudad de El Calafate, en la que se concentran la mayoría de los hoteles y servicios turísticos, el Perito Moreno es la estrella indiscutible de un territorio tan sobrado de prodigios como la Patagonia. Un área natural soberbia de hielos continentales, montañas andinas, bosques fríos, glaciares y grandes lagos de origen glaciar.
La joya de la corona
Sobre las
gélidas aguas del Lago Argentino, el último extremo de este despampanante
glaciar exhibe un frente de cinco kilómetros de ancho cuyas paredes de nieve
compactada alcanzan hasta 70 metros a la vertical. Frente a él, un entramado de
pasarelas de madera que zigzaguean entre el bosque permite a sus visitantes
deambular durante un par de horas buscándole sus mejores panorámicas a su
colosal lengua de hielo. Una vez teniéndola bien delante, apenas a trescientos
o cuatrocientos metros, todos ellos aguardan en silencio al momento en el que,
con un chasquido que se diría un trueno, de los vértices del Perito Moreno se
desprende algún bloque y, tras el desplome, sus inmensos carámbanos de un azul
casi sobrenatural se quedan flotando fantasmagóricamente sobre las aguas del
lago.
Navegación y trekking
Este frente de
hielo de la altura de un edificio de veinte plantas viene a ser la porción que
la mayoría de los visitantes llega a avistar de este glaciar cuya totalidad,
sin embargo, se expande a lo ancho y, sobre todo, a lo largo de unos 200
kilómetros cuadrados. Es decir, que la Capital Federal de Buenos Aires podría caber
entera dentro de esta especie de río helado que avanza imperceptiblemente entre
las montañas y la vegetación patagónica de notros y de ñirres. Pero, además de
estas caminatas por las pasarelas de madera, podría también dedicarse una hora
escasa de singladura a bordo de los barquitos. A través del Brazo Rico del Lago
Argentino navegan todo lo cerca que permite la prudencia del Perito Moreno para
apreciar desde cubierta la monumentalidad de este gigante que, a pesar de su
incuestionable popularidad, no es ni por asomo el más superlativo de los que
encierra el Parque Nacional de los Glaciares. Y es que las paredes del glaciar
Spegazzini, hasta el que se llega en las excursiones en barco que parten de
Puerto Bandera, le duplican la altura, mientras que el Upsala o el Viedma le
triplican tranquilamente el tamaño. Como última opción para los más osados –o
aquellos que estén en una mínima forma física– queda la increíble experiencia
de caminar directamente sobre algunas zonas seguras del Perito Moreno en los trekkings
de entre dos y cuatro horas en los que los visitantes, pertrechados de
crampones y acompañados por un guía, podrán ir admirando las grietas y seracs,
los sumideros y pequeñas lagunas o las cuevas que se forman entre sus
hendiduras.
Un espectáculo insólito y arbitrario
Únicamente a los verdaderamente afortunados se les reserva el milagro de vivir en primera persona el famosísimo derrumbe del Perito Moreno, cuando sólo en algunos años y sin periocidad verdaderamente predecible su majestad regala el más soberbio de los espectáculos. Porque hay pocas experiencias comparables a presenciar el sensacional desmoronamiento de este glaciar que le adeuda el nombre a Francisco Pascasio Moreno, explorador apasionado de estas latitudes cuyos trabajos sirvieron para establecer las todavía hoy reñidas fronteras entre la Patagonia argentina y chilena. El proceso arranca cuando el lento avance del glaciar hace que su frente acabe tocando tierra firme. Queda entonces taponado el flujo entre el Brazo Rico y el llamado Canal de los Témpanos, entre los que se forma un descomunal dique de hielo que las aguas van horadando hasta formar un arco cada vez más grande y que, cuando la presión llega a su máximo, se viene entero abajo ante un estruendo que hace retumbar la tierra y, también, los animados aplausos de los que consiguen vivir en directo ese momento. Cuando la ruptura parece inminente la prensa argentina hace puntual seguimiento de sus avances, y son miles los que viajan expresamente para intentar admirar al menos una vez en la vida semejante alarde de la naturaleza. Algunos años el derrumbe ha sido incluso retransmitido por las televisiones de medio mundo, aunque no siempre se muestra tan generoso con sus admiradores. El último desmoronamiento del Perito Moreno tuvo lugar el pasado marzo, pero su arco helado tuvo a bien quebrarse de noche, sin más testigos que el puñado de guardas que lo vigilan desde un refugio, dejando a muchos, muchísimos, con la miel en los labios. Si el cambio climático no decide lo contrario, habrán de esperar probablemente entre dos y cuatro años para volver a probar suerte.
Únicamente a los verdaderamente afortunados se les reserva el milagro de vivir en primera persona el famosísimo derrumbe del Perito Moreno, cuando sólo en algunos años y sin periocidad verdaderamente predecible su majestad regala el más soberbio de los espectáculos. Porque hay pocas experiencias comparables a presenciar el sensacional desmoronamiento de este glaciar que le adeuda el nombre a Francisco Pascasio Moreno, explorador apasionado de estas latitudes cuyos trabajos sirvieron para establecer las todavía hoy reñidas fronteras entre la Patagonia argentina y chilena. El proceso arranca cuando el lento avance del glaciar hace que su frente acabe tocando tierra firme. Queda entonces taponado el flujo entre el Brazo Rico y el llamado Canal de los Témpanos, entre los que se forma un descomunal dique de hielo que las aguas van horadando hasta formar un arco cada vez más grande y que, cuando la presión llega a su máximo, se viene entero abajo ante un estruendo que hace retumbar la tierra y, también, los animados aplausos de los que consiguen vivir en directo ese momento. Cuando la ruptura parece inminente la prensa argentina hace puntual seguimiento de sus avances, y son miles los que viajan expresamente para intentar admirar al menos una vez en la vida semejante alarde de la naturaleza. Algunos años el derrumbe ha sido incluso retransmitido por las televisiones de medio mundo, aunque no siempre se muestra tan generoso con sus admiradores. El último desmoronamiento del Perito Moreno tuvo lugar el pasado marzo, pero su arco helado tuvo a bien quebrarse de noche, sin más testigos que el puñado de guardas que lo vigilan desde un refugio, dejando a muchos, muchísimos, con la miel en los labios. Si el cambio climático no decide lo contrario, habrán de esperar probablemente entre dos y cuatro años para volver a probar suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario