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martes, 24 de febrero de 2015

EL PALACIO DE SIGIRIYA. La ciudadela de la roca del león.


En el centro de Sri Lanka, sobre una montaña rocosa, dominando la verde llanura de Sigiriya, se construyó, a finales del siglo V, un complejo palaciego en la cumbre de la llamada “Roca del León”.
No es extraño que esta roca llamase la atención del príncipe Kassapa, quien tras matar a su padre y temiendo el ataque de su hermano y heredero legítimo al trono, busco un lugar en el que construir un castillo fortificado que fuese inexpugnable.
Realmente, una audaz construcción. Todo un reto arquitectónico para la época. Se llevó a cabo una excavación en las paredes verticales del peñasco ya que carecía de un acceso natural. Y realmente lo logró, teniendo en cuenta los medios técnicos de los que se disponía entonces. Fue una de las ciudades reales más interesante del país y tuvo su momento de esplendor al ser su capital aunque solo fuera durante dieciocho años.





En una roca inmensa con forma de león y a través de sus fauces abiertas, se encuentra la única entrada que nos llevara a esta ciudad que se alza a más de 200 metros por encima de una base de jardines y árboles centenarios. Una escalera esculpida en su interior y mil doscientos treinta y un escalones nos acercaran a la cumbre.
Por supuesto esta escalada cuesta lo suyo pero no queda más remedio si queremos llegar a la cima. Sus diferentes plataformas con jardines, estancias, estanques y el palacio dominando desde la parte más elevada nos dan idea de la grandiosidad y el esfuerzo titánico que supuso su construcción. Una ascensión que permite de paso admirar los frescos que se conservan en el interior de una escarpada gruta en la cara oeste. Una serie de pinturas murales de autor desconocido, figuras femeninas de enigmática sonrisa y pechos al descubierto que mantienen sus vivos colores originales.





En una de las cuevas de la roca se encuentran las damas de Sigiriya, unos frescos pintados con una extrema delicadeza, están consideradas las pinturas más exquisitas de todo el sudeste asiático, actualmente solo quedan 20 pero se pintaron 150. Saliendo de la gruta se encuentra el muro espejo, estaba recubierto de estuco por eso el efecto óptico era el de un espejo, actualmente este estuco se ha perdido pero quedan inscripciones de poemas escritos a lo largo de los siglo V al XVIII.
Finalmente se llega a la puerta del león que da acceso a la cima donde se encontraba el palacio de Kasyapa y desde obtendremos unas magníficas vistas panorámicas de los alrededores.




El reinado de Kassapa fue corto al igual que su vida pero su inmensa obra ha permanecido a lo largo de los siglos y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982. Merece la pena dedicar un día a pasear entre estas ruinas. Lo mejor para sobrellevar el esfuerzo es emprender la caminata a primera hora de la mañana para evitar el calor. 
Los que se vean incapaces, aun sabiendo lo que se pierden, siempre se puede pasear por los jardines del interior de la zona amurallada, delimitada por fosos de agua, y podernos imaginar cómo pudo ser la antigua Fortaleza de Sigiriya.








miércoles, 18 de febrero de 2015

LA COSTA DE LOS ESQUELETOS. Un cementerio para barcos.


Con un nombre ideal para una región que pudiera servir de refugio a los más despiadados piratas de los siete mares, la Costa de los Esqueletos se localiza al noroeste de Namibia, entre el río Kunene, en la frontera con Angola, y el río Ugab. El nombre, pese a las apariencias, poco o nada tiene que ver con fechorías piráticas, pues alude a la cantidad de navegantes europeos que a lo largo de los siglos sufrieron terribles naufragios en sus agitadas aguas. Los portugueses fueron los primeros en explorarlas y le endilgaron el poco tranquilizador apodo de las «Puertas del Infierno». A este macabro pasado le siguió una larga temporada de pesca indiscriminada de ballenas y lobos marinos cuyos esqueletos resplandecían junto a los numerosos pecios que todavía yacen desparramados en las playas de esta costa. Según las autoridades de Namibia, se conservan restos que tienen cinco siglos de antigüedad, pero también otros más recientes, como el carguero Eduard Bohlen, que encalló por culpa de la espesa niebla. Para no deshonrar el nombre de esta costa, cada una de las dos puertas que abren la entrada al Parque Nacional de la Costa de los Esqueletos está oportunamente decorada con la calavera y las dos tibias típicas de los piratas.





Hoy la percepción sobre esta esquina de África es completamente diferente, aunque el paisaje desolado sigue formando parte del espíritu de estas regiones. Entre los citados ríos Kunene y Ugab se extienden los 500 kilómetros de costa del desértico Parque Nacional Costa de los Esqueletos, cuya superficie completa asciende a unos 20.000 km². Los dos tercios del norte del parque están catalogados como área salvaje y no puede ser visitada salvo con el permiso de los titulares de concesiones turísticas de la región. El área restante sí se puede explorar de forma independiente, aunque hay que mantener las precauciones debido a la gran abundancia de animales salvajes.
En el Skeleton Coast National Park hay diversos lugares que tienen un especial interés por su rareza. Los castillos de arcilla de Hoarisib es uno de los principales; se trata de serpenteantes formaciones arcillosas talladas por la acción de los elementos. Los salitrales del monte Agate es otro de los puntos calientes de este destino turístico, y uno de los paisajes más sorprendentes del Parque Nacional Costa de los Esqueletos. Esto, sumado a los pecios que aún existen en la costa, hace de este destino un lugar realmente peculiar.





Por otro lado, la vida salvaje se abre camino por estos lares a pesar de la aridez y hostilidad del entorno. El elefante es una de las especies más importantes del Skeleton Coast National Park: se han contabilizado varios centenares de ellos en las regiones más septentrionales junto a los lechos de los ríos. Además juegan un papel trascendental para la fauna local, ya que hacen agujeros en la tierra para obtener agua que luego serán aprovechados por algunos depredadores. Además de elefantes, el viajero que se adentre en este parque nacional africano podrá encontrarse con rinocerontes negros, aunque es muy difícil verlos. Otra de las especies que habitan el parque es el león costero, que se adentró en él tras los antílopes y que acabó por adaptarse al nuevo hábitat gracias a los agujeros realizados por los elefantes, a los restos de ballenas y a los lobos marinos que abundan en esta parte de la costa de Namibia. Las jirafas también forman parte de los áridos paisajes del Skeleton Coast National Park. 
En el cabo Cross existe una populosa colonia de lobos marinos que cuenta con unos 100.000 ejemplares, la mayor de África y uno de los lugares más visitados de Namibia. Además, se puede contemplar la réplica del padrão —una especie de monolito de piedra rematado por una cruz, y con el escudo de Portugal— que plantó en esa costa el navegante portugués Diogo Cão en 1486 para señalar que aquella región había sido descubierta por marinos portugueses.





jueves, 12 de febrero de 2015

EL PALACIO POTALA. La morada eterna del Dalai Lama.


El Palacio Potala se encuentra en el Monte Rojo, en el centro de la Ciudad de Lhasa. "Potala" es la adaptación fonética de "Putuo", que en sánscrito significa "isla donde vive el Buda de la Misericordia". Este imponente edifico empezó a construirse en el siglo VII. Por aquel entonces se llamaba Palacio del Monte Rojo. Cuando el reino “Tubo” entró en decadencia, el palacio sufrió grandes destrozos y poco a poco fue cayendo en el olvido. En el siglo XVII, el Quinto Dalai Lama lo reconstruyó y el majestuoso palacio pasó a ser el centro político y religioso del Tíbet.
Con sus 13 pisos y 110 metros de altura, es la construcción antigua más elevada existente hoy en día en el Tíbet. Su estructura se levantó con piedra y madera; sus paredes, que alcanzan un grosor máximo de 5 metros, son de granito; los cimentos del palacio se hunden profundamente en el rocoso subsuelo. En la pared exterior, adornada con un techo y columnas de color dorado, se introdujo hierro fundido para aumentar la resistencia a los terremotos. El palacio ha podido así sobrevivir a varios siglos de catástrofes naturales.
El Palacio Potala está formado por el Palacio Blanco, donde residía el Dalai Lama, situado en la parte este; la Casa Roja, en la parte central, destinado a la recitación de los sutras; la sala donde se conservan los restos de los sucesivos Dalai Lama; y los dormitorios blancos de los bonzos, situados en la parte oeste. Delante del Palacio Rojo, hay un muro blanco sobre el que en las grandes festividades budista se extiende un gigantesco tapiz con el retrato de Buda. Este monumental conjunto arquitectónico fue erigido por etapas aprovechando la configuración del terreno con suma habilidad. El resultado fue un conjunto imponente y grandioso cuya armoniosa integración con el entorno le confiere un elevadísimo valor artístico.






En el Palacio Rojo, que constituye la parte principal del Palacio Potala, hay varias stupas donde se conservan los restos de los Dalai Lamas, así como diversos tipos de salas budistas. La más conocida y mejor construida es la pagoda del Dalai Lama Quinto de 15 metros de altura, se divide en tres partes: base cuadrada, cuerpo de la torre y cúpula. Los restos del Dalai Lama Quinto se conservan con perfume y cártamo en una jarra. El cuerpo de la pagoda está recubierto con 3.724 kilos de pan de oro y adornado con más de 15.000 diamantes, rubíes, esmeraldas, jadeítas, ágatas y otras piedras preciosas. En la base de la pagoda se exhiben diversos objetos empleados en las ceremonias religiosas, entre ellos instrumentos musicales y cálices. El Salón del Oeste, el mayor del Palacio Rojo, está dedicado a la memoria del Dalai Lama Quinto. Sus 48 grandes columnas de madera tienen más de 6 metros de alto. La estructura del Palacio Blanco se sostiene sobre arcos, sistema muy usual entre los han, la etnia china mayoritaria. En él hay gran cantidad de esculturas de Buda, así como de leones, elefantes y otros animales, todas ellas talladas en madera.





En la reconstrucción y ampliación del palacio efectuada en el siglo XVII participaron destacados pintores provenientes de distintas regiones del Tíbet. Estos brillantes artistas decoraron con miles de elegantes y bellas pinturas las paredes de salas, vestíbulos, corredores y galerías. La temática de estos murales es muy rica, puesto que abarca relatos sobre figuras de la antigüedad, historias extraídas de los sutras, así como muestras de la arquitectura, las costumbres populares, los deportes y otras actividades recreativas. Estas obras constituyen un verdadero tesoro artístico. En el Palacio Potala se conservan asimismo cerca de 10.000 objetos de gran valor. Además de innumerables rollos de pintura, esculturas en piedra y en madera, figuras de arcilla y otros objetos artísticos, abundan las reliquias culturales, entre ellas sutras escritos sobre hojas de pattra, alfombras tibetanas, piezas de porcelana y de jade, así como diversas muestras de la artesanía tradicional. Todos ello no solo posee gran valor artístico, sino que es una plasmación de los lazos que unieron a los tibetanos con los han y otras etnias del país durante más de mil años, así como de los intercambios que mantuvieron con ellos. 
La Unesco incluyó el Palacio Potala en el Patrimonio Mundial en 1994 y, más tarde, como suplemento, el Templo de Jokhang y el Palacio de Norbu Lingk.







viernes, 6 de febrero de 2015

TANAH LOT. El templo que flota en el mar.


Una arquitectura rústica dentro del mar, eso es a simple vista Tanah Lot, un pequeño templo de peregrinación donde los balineses adoran a sus dioses. Su traducción literal es "tierra en medio del mar" y cuenta la leyenda que por el siglo XV un brahmán que viajaba por la costa sur de Indonesia se detuvo a descansar en una roca de la isla de Bali, fascinado con la belleza del lugar, le pidió a unos pescadores que lo ayudaran a levantar un santuario sobre esa roca en altamar, porque sentía que era un sitio sagrado y de adoración. Desde entonces, Tanah Lot ha sido parte de la mitología balinesa.




Es uno de los siete templos que bordean el suroeste de Bali, a 200 metros de la costa, su mayor atractivo es que sólo se puede acceder a él cuando baja la marea. Debido a la erosión, se han formado cuevas habitadas por serpientes marinas que, según la creencia popular, son los guardianes del Dios del templo que lo protegen de los malos espíritus ocultos bajo el océano.
Demonios, frutas y flores ofrendadas en cestas de mimbre, salmodias, cánticos, dioses, turistas y fieles… todo esto mezclado es la esencia y cotidianidad en Tanah Lot, el templo más importante de la isla dedicado al mar; porque a diferencia del resto de Indonesia —donde la religión que predomina es el islam—, más del 90 por ciento de los nativos practican el "hinduismo balinés".





Ubicado a unos 20 kilómetros de Denpasar —capital de Bali— este sitio de culto se asienta sobre un gran peñasco en alta mar que se ha ido formando a lo largo de los años a puro golpe del océano. En los años ochenta parte de esta formación rocosa comenzó a derrumbarse y Japón le otorgó un préstamo al gobierno de Indonesia (aproximadamente 130 millones de dólares) para la restauración y conservación del templo y otros sitios históricos.
Actualmente más de un tercio de esta roca es artificial, pero eso no es obstáculo para que cada año millones de turistas hagan esta parada (casi obligatoria) en la más occidental de las islas menores de la Sonda. Para llegar a Pura Tanah Lot (en la lengua sánscrita, pura significa "espacio rodeado por un muro") los visitantes deben atravesar una especie de mercadillo o boulevard de souvenirs y warung (puestos de comida) que cubre cada lado del camino hasta el mar.





En Tanah Lot existen ciertas regulaciones locales: por ejemplo, necesitas comprar un boleto de entrada (15,000 rupias los niños y 30,000 los adultos; entre $2 y $4) y estacionamiento (depende del tipo de auto, pero en cualquier caso es menos de $2) antes de llegar a la zona; no se permite entrar al templo a menos que la persona vaya a rezar (y para esto debe ponerse un traje balinés), y si la marea está alta, prohíben el acceso.
La estación seca (de abril a septiembre) es la mejor época para visitar el lugar más fotografiado de Bali, y disfrutar los insuperables y exóticos atardeceres desde este templo que parece flotar sobre el mar. En Tanah Lot turistas y devotos ven esconderse el sol en el vientre de la tierra y regresar al día siguiente, cuando nuevas ofrendas deberán ser entregadas a los dioses en un templo que va desapareciendo mientras sube la marea, hasta convertirse en una propia isla.