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sábado, 16 de agosto de 2014

ERDENE ZUU. El inicio sagrado del Imperio Mongol.


Uno de los aspectos más destacados de mi viaje a través de las estepas y desiertos de Mongolia fue sin lugar a dudas la visita al monasterio de Erdene Zuu, localizado en el sitio de la capital de Gengis Khan, lugar cuyo nombre es “Karakorum”, también llamado Khara-Khorin o Horin Har, antigua capital del imperio mongol, cuyas ruinas se encuentran en la parte superior del río Orhon centro-norte de Mongolia.
Se dice que la ciudad fue fundada en 1220 por el gran conquistador Mongol Gengis que estableció aquí su sede y primera capital como base de la invasión de China. La ciudad de Karakorum fue completada por su hijo Ogedai, después de la muerte de su padre. La ciudad fue abandonada por el hijo de Gengis, Kublai Khan cuando se expandió el gran imperio Mongol, momento en el que la capital Mongola fue trasladada por Kublai Khan a la actual ciudad china de Pekín, denominada por aquel entonces como Khanbaliq. Nueva capital en la que el mayor de los sucesores de Gengis Khan, fundador de la dinastía Mongol (yuan) en China que duró desde 1206 hasta 1368.





En 1235 el hijo de Genghis Khan y su sucesor, Ogodei, rodearon Karakorum de muros y construyeron un palacio rectangular apoyado por 64 columnas de madera con bases de granito para hacerlo más fuerte. Muchos edificios de ladrillo, 12 santuarios chamánicos, y dos mezquitas fueron una vez parte de la ciudad, que también era un centro dedicado al arte y la escultura, talleres de los que salieron las mencionadas figuras de tortugas de piedra. Hoy el monasterio se mantiene activo hoy en día, aunque muy lejos de su antigua gloria. No obstante, Erdene Zuu es el único monasterio al que se le permitió permanecer abierto durante la era comunista, a pesar de que se permitió sólo a su museo, y no a un lugar activo de adoración.
En 1368, Bilikt Khan, hijo de Timur Togon, el último emperador de la dinastía Mongol de China, fue expulsado de Pekín, regresó a Karakorum, que fue reconstruida en parte así como el Monasterio que entonces era conocido como Erdeni Dzu (el nombre mongol de Buda), debido a que durante el siglo 13 el budismo lamaísta había hecho progresos en Kublai Khan. Tras la expulsión Mongola de China, se produjo una contra-invasión en el año 1388, donde las fuerzas chinas bajo el liderazgo del emperador Hung-wu invadieron Mongolia y obtuvieron una victoria decisiva, la captura de 70.000 mongoles y la destrucción de Karakorum. Más tarde fue reconstruida parcialmente, pero fue abandonado con el paso del tiempo. El monasterio budista de Erdeni Dzu que hoy conocemos (construido 1585 por Abtai Sain Khan), sólo queda un museo y no muchos templos.
De la primera capital del imperio Mongol no queda nada con excepción de las rocas y ladrillos que se utilizaron para construir el actual monasterio de Erdene Zuu, así como tres de las cuatro estatuas de tortugas de piedra que marcaban los límites de la ciudad.
En su apogeo, tenía más de 1.000 monjes en residentes en el interior de su impresionante muralla, donde además había entre 60 y 100 templos en el interior. Físicamente, Erdene Zuu tiene una estructura y un diseño bastante impresionante, con 108 estupas (número sagrado del budismo) que recubren las paredes blancas enormes en los muros fronterizos.





En 1889, la ubicación precisa del Karakorum fue descubierta por dos orientalistas rusos que trabajan en la zona, y en 1948-49 las ruinas fueron exploradas por los miembros de la Academia de Ciencias de la URSS, entre sus descubrimientos están el sitio del palacio de Ogodei (en la parte suroeste de la ciudad) y los restos de un santuario budista de entre el siglo XII y XIII.
Hoy día, fuera de los muros, los artesanos y vendedores ambulantes se han instalado a la espera de algún turista, a pesar del poco turismo que aquí viene, ésta sigue siendo su única y principal fuente de ingreso. En Erdene Zuu se permite la existencia de un único museo, ya que el único monasterio en funcionamiento de Mongolia es el de Gandanteqchinlen Khiid en la capital, Ulan Bator. Sin embargo, después de la caída del comunismo en Mongolia en 1990, el monasterio fue entregado a los Lamas y Erdene Zuu volvió a ser un lugar de culto. Hoy Erdene Zuu sigue siendo un monasterio budista activo, así como un museo que está abierto a los turistas.









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viernes, 8 de agosto de 2014

EL VALLE DEL LOIRE. Testigo de la historia de Francia.


El Loira es la espina dorsal de la historia de Francia. Así lo atestiguan los más de cincuenta castillos que se erigen a la orilla de la suave curva que el río traza entre Angers y Orleans. Bosques, viñedos y colinas componen un entorno acogedor que fue elegido por nobles y monarcas como segunda residencia. Porque, contra lo que sucede en otras regiones francesas, los castillos del Loira no tenían finalidad bélica o defensiva, sino que eran suntuosas mansiones para uso y disfrute de sus moradores.

Aquí tenemos cuatro de los más famosos castillos de la zona:

CASTILLO DE CHENONCEAU
Conocido como Castillo de las Damas, aguarda a media hora de Tours por una carretera que se adentra entre bosques hasta la orilla del río Cher, afluente del Loira. El rasgo más llamativo de este palacio es la galería cubierta que, sobre el llamado Puente de Diana, cruza el río. Debe el sobrenombre al gobierno que a lo largo de cinco siglos ejercieron sobre él seis mujeres. Albergó los amores de Diana de Poitiers (1499-1566) con el rey Enrique II de Francia (1519-1559); a la muerte del monarca, su viuda, Catalina de Médicis (1519-1589), tomó posesión del castillo y mandó construir la galería con tal de que se olvidara la denominación del puente que añadió Diana. A la reina Catalina le sucedieron como señoras del castillo Gabrielle d’Estrées, favorita de Enrique IV, Luisa de Lorena, esposa del príncipe de Chimay, la señora Dupin que en siglo XVIII organizó recepciones con filósofos y artistas, y madame Pelouze, quien costeó su restauración en 1865.




CASTILLO DE AMBOISE
De nuevo a orillas del Loira, la siguiente etapa es el castillo real de Amboise, a 60 kilómetros de Villandry. Sus estancias no solo albergaron a algunos de los monarcas más insignes de Francia, sino que contaron con la presencia del genio renacentista Leonardo da Vinci, quien por gentileza del rey Francisco I (1494-1547) residió en la cercana villa de Clos-Lucé hasta su muerte.
Amboise tiene un valor añadido. A su carga arquitectónica se añade su ubicación junto al casco urbano de una población con tiendas artesanales, flores en las ventanas y plazas diminutas ocupadas por las mesas de cafés y bistrots que sirven andouillettes, la salchicha especiada típica de la región, y queso de cabra acompañado de vino autóctono. El toque exótico lo pone, en las afueras, la curiosa Pagode de Chanteloup, una pagoda china de 44 metros de alto y siete pisos, erigida en 1775 por el duque de Choiseul.




CASTILLO DE BLOIS
Apenas transcurren quince minutos que ya aparece la silueta de otro castillo excepcional: Chaumont-sur-Loire, aupado sobre una colina que domina la curva que traza el río antes de llegar a la ciudad de Blois, que a su vez alberga uno de los castillos más eclécticos del valle. Compuesto por cuatro edificios de épocas distintas, el castillo de Blois fue residencia de los reyes Luis XII, Francisco I y Enrique III, que legaron al palacio interior de paredes bellamente decoradas y una colección real de pinturas. Monumental y solemne, su sala del Consejo es el recinto civil gótico más antiguo de Francia. La ciudad de Blois fue, además, escenario de uno de los sucesos capitales en la historia de Francia: el asesinato del duque de Guisa, que desencadenó las Guerras de Religión que asolaron el país en el siglo XVI.




CASTILLO DE CHAMBORD
El sueño de Francisco I. Bordeando el Loira a menos de veinte kilómetros se llega a Chambord. Una amplia avenida arbolada conduce a las puertas de un castillo que es el sueño en piedra de un rey culto y renacentista, Francisco I (1494-1547). Gran aficionado a la caza, el monarca decidió dar rienda suelta a su imaginación y crear el que posiblemente sea el pabellón de caza más fabuloso del mundo. Coronado por seis inmensas torres, sus 440 habitaciones, 365 chimeneas y 84 escaleras conforman un conjunto armónico. Se dice que en su construcción intervinieron 1.800 obreros y que el propio da Vinci –suposición nunca probada– intervino en el diseño de su escalera helicoidal, dos espirales imbricadas en un único hueco por las que dos personas pueden subir y bajar sin cruzarse.