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viernes, 27 de mayo de 2016

BETANCURIA. La capital religiosa de Fuerteventura.


Entre las montañas peladas y rodeado de huertos y terrazas se encuentra uno de los centros históricos más singulares del Archipiélago canario.

La villa de Betancuria fue la primera capital administrativa y religiosa de Fuerteventura después de la colonización europea. Su origen se remonta al año 1404 y atesora un rico patrimonio arquitectónico y artístico que atrae al año a miles de visitantes. En su casco de casas diseminadas se encuentran los edificios más notables de la isla de entre los que destacan la Iglesia de Santa María de Betancuria o la iglesia y convento de San Diego, que conforman, junto a la catedral de Las Palmas de Gran Canaria, el conjunto gótico más importante del Archipiélago canario. Su nombre evoca al conquistador normando Juan de Bethencourt y desde su fundación se erigió en capital de la isla y, durante un breve espacio de tiempo, ejerció de sede del Obispado de Canarias. En el siglo XVIII se produjo el traslado de la autoridad militar de la isla a La Oliva y gran parte de los vecinos se desplazaron hasta esta población y a la vecina Pájara.
El declive de Betancuria, que en la actualidad es el municipio menos poblado de Canarias con un censo que apenas sobrepasa los 700 habitantes, culminó en el siglo XIX con el traslado de la sede del Cabildo Insular de la isla a la localidad de Antigua en 1834. En la actualidad, el carácter de centro histórico de Fuerteventura ha provocado la creación de una interesante oferta de establecimientos hosteleros entre los que destacan un par de muy buenos restaurantes y tiendas donde puede comprarse artesanía local de mayor o menor fortuna y factura.



La Iglesia-Catedral de Santa María de Betancuria es una de las escasas muestras del arte gótico en Canarias. La presencia de elementos del último gran estilo noble de la Edad Media se pone de manifiesto en los arcos apuntados del exterior e interior del templo que, también, posee uno de los mejores artesonados mudéjares de las islas. Aun así, el edificio original quedó destruido tras un ataque de piratas berberiscos en 1620. La traza original se debe al cantero normando Jean Le Maçón, que inició las obras en 1410. En el exterior también hay que destacar la portada barroca firmada por Pedro de Párraga y la torre que se reedificó en el siglo XVII siguiendo el diseño primitivo.
En el interior, la iglesia presenta planta basilical con tres naves. El coro y el baptisterio también cuentan con trabajadas cubiertas de madera, aunque la verdadera joya del templo es el magnífico artesonado de la sacristía, uno de los más bonitos de las islas. También es curioso el suelo de cantería que cubre todo el interior de la isla que, en realidad, no es más que una sucesión de lápidas que guardan las tumbas de algunos de los nombres más ilustres de la historia de la isla. Otra pieza digna de admirarse es la talla flamenca de Santa Catalina que, según la tradición, acompañó al mismísimo Juan de Bethencourt durante la conquista de la isla. En el pequeño museo de Arte Sacro se guardan piezas de culto que han pertenecido a la parroquia desde su fundación en los albores del siglo XV.




Otra visita obligada es el Museo Arqueológico y Etnográfico. El propio inmueble, una casona tradicional canaria restaurada, merece la visita, pero lo que realmente importan son sus cinco salas expositivas donde se muestra una pequeña colección de piezas arqueológicas que nos hablan del majo y su relación con el entorno. Una hábil combinación de textos históricos y explicaciones nos ponen sobre la pista de aquellos hombres y mujeres que ocuparon la isla durante siglos y que supieron sacar provecho de un ecosistema marcado por la dureza haciendo un recorrido que incluye su apariencia física, su economía, costumbres sociales, organización política y creencias religiosas.
A parte de la pequeña exposición arqueológica el museo cuenta con salas dedicadas a la formación geológica y los restos paleontológicos que se localizan en la isla. Interesantísima la explicación sobre los cambios climáticos que ha sufrido la estrecha geografía majorera. La visita se completa con una colección de objetos etnográficos que explican la relación del majorero con su tierra en tiempos históricos.




Un urbanismo diseminado
Un paseo por las calles que forman el casco urbano de Betancuria permite descubrir la evolución de la arquitectura tradicional majorera a lo largo de los siglos. El mismo urbanismo de la primitiva capital majorera es una de las particularidades de una villa construida a lo largo del cauce de un pequeño barranco y organizada en torno a pequeños huertos y terrazas de cultivo. El uso de la cantería en las esquinas de los edificios más nobles y la madera son algunos de los elementos más destacados de casas cuyas estancias se organizan en torno a grandes patios centrales.
Hacia el norte se encuentran la Ermita de San Diego Alcalá y el Convento de San Buenaventura. Del convento hoy sólo quedan los muros que se levantan hacia el cielo sin la cubierta que un día protegió a una próspera comunidad franciscana que se estableció en la isla a los pocos años de concluir la anexión para garantizar la efectiva cristianización de los aborígenes que sobrevivieron a las sacas esclavistas y la violencia de la conquista. Las primeras piedras de este edificio, que cuenta con notables elementos de estilo gótico, se colocaron en 1423. Muy cerca se encuentra la Ermita de San Diego Alcalá, que tal como los principales centros religiosos de la zona presenta elementos góticos. La pequeña ermita se levantó en torno a la cueva donde el santo oraba mientras permaneció en el convento de San Buenaventura.
En el camino al municipio de Antigua se encuentra el mirador de Morro Velosa. Desde este lugar, situado en la cima de una de las montañas más altas de la isla de Fuerteventura pueden verse espectaculares vistas sobre el valle central de la isla y la vecina localidad de Antigua. Dentro de los límites del municipio también se encuentra el pequeño pueblo de Valle de Santa Inés, donde se encuentra la pequeña Ermita de Santa Inés mandada a levantar por Doña Inés Peraza, señora de la isla. También este pequeño pago de interior se encuentra uno de los centros loceros (cerámica tradicional) más importantes de la isla. 















viernes, 20 de mayo de 2016

COLONIA DE SACRAMENTO. Una ciudad en la costa del Río de la Plata.



Más allá de su apabullante patrimonio y cultura, esta pequeña ciudad cuenta también con buenas playas, una oferta turística de primer nivel y una zona franca ideal para comprar primeras marcas a bajos precios.


Desde lo alto del faro, Colonia del Sacramento es un mosaico de tejadillos y azoteas que sobresalen de vez en cuando entre las copas de los árboles. Sólo las torres de la sencilla Basílica del Santísimo Sacramento y el depósito de agua potable sobresalen con autoridad en un paisaje dominado por lo pequeño y lo chato. Mirada a través de las alturas, la ciudad muestra la estrechez de una geografía impuesta por los caprichos de la política internacional. Asentada en la Punta de San Pedro, un pequeño saliente rocoso que apunta hacia el Río de la Plata, la ciudad nació y creció entre las turbulencias de las dos grandes potencias mundiales de la época. Portuguesa, primero, española, después y uruguaya desde la independencia del país a inicios del siglo XIX, la plaza fue escenario de luchas, conquistas y reconquistas, un activo tráfico de contrabando, la avidez de los piratas y mil y un avatares más. Si se mira hacia poniente, a lo lejos, se pueden ver las cimas de los rascacielos de la vecina Buenos Aires. Y de ahí la importancia de la pequeña ciudad que nació para contrarrestar el poderío español de la orilla sur del estuario del Plata.

De aquella época turbulenta quedan restos de las antiguas fortificaciones y un urbanismo encajonado entre baluartes, murallas, fosos y puentes levadizos que asoman en lugares como la Puerta del Campo, una de los pocos tramos bien conservados de lo que fueron una de las fortificaciones más importantes de esta parte del mundo. Calles empedradas, casitas con tejados a dos aguas, playas, restaurantes, zonas de compras a bajos precios, una oferta hotelera de primer nivel… Esta pequeña y preciosa ciudad de 26.000 habitantes es una de las paradas obligadas de cualquier viaje a la República del Uruguay y una escapada interesante para los exploran los secretos de Buenos Aires. 179 kilómetros separan Colonia de Montevideo y desde la capital argentina, hay varias conexiones marítimas al día (apenas una hora de travesía).




Una ciudad para caminar
La presencia portuguesa creó una ciudad singular muy distinta a las que levantaron en el Continente americano los españoles. El urbanismo de trazado irregular y angosto, los pasajes y callejones nos recuerdan a los viejos cascos históricos de Europa. Como también son de otras épocas y geografías los nombres que adornan las calles: Los Suspiros, El Comercio, Las Flores, Real, La Playa…Colonia es una ciudad para disfrutar del paseo tranquilo y pausado. No importa pasar cuatro o cinco veces por el mismo sitio. La Plaza Mayor, donde se encuentra la Basílica del Santísimo Sacramento y los restos de las primeras edificaciones de época portuguesa, y la plazoleta Miriam Gatti son los epicentros de la vida ciudadana a intramuros y buenos puntos de referencia para ir , venir y volver a ir explorando a conciencia todos los rincones de esta ciudad hermosa que tiene el estatus de Patrimonio de la Humanidad concedido por la UNESCO en 1995.

Las casas portuguesas alternan con las construcciones españolas y las típicas casonas de estilo porteño que se extendieron a ambos lados del Río de La Plata tras la independencia. Pero los adoquines, las buganvillas, las palmeras, el exquisito cuidado de los edificios, los típicos colores chillones y la coqueta costanera (paseo marítimo) añaden un indudable y único encanto al conjunto. Abundan los alojamientos auténticos y también los buenos lugares para tomar algo o reponer fuerzas tras una jornada de caminata. Si eres de los que gustan de los atardeceres gloriosos, el Paseo de San Gabriel o la escollera del Muelle de Yates son ideales para ver como el sol se hunde en las aguas del Río de La Plata.

El ensanche de la ciudad moderna, más allá de la calle Ituizangó, muestra la típica traza en damero de las ciudades de esta parte del mundo. Eso sí; acá nada es desmesurado y la ciudad ‘moderna’ respeta el pedigrí de sus piedras más ilustres. En esta zona se concentra la gran parte de restaurantes (sobre todo en los alrededores de la avenida General Flores), hoteles y posadas. El principal espacio público de esta zona es la Plaza 25 de agosto, ideal para sentarse a ver pasar la gente o, simplemente, tomar un mate, la bebida nacional uruguaya por antonomasia. A pocas ‘cuadras’ del puerto, donde arriban los barcos que llegan desde Buenos Aires, se encuentra la Zona Franca de Colonia (General Flores), un verdadero paraíso para las compras donde se puede comprar casi de todo a precios muy bajos.

Al norte quedan las playas. Una de las más alejadas del centro es la del Real de San Carlos, el lugar donde los españoles situaron su campamento militar durante la conquista de la colonia portuguesa allá a mediados del siglo XVIII. Una curiosa huella de este pasado hispánico en la zona es la Plaza de Toros, que, aunque en ruinas, presume de ser el coso taurino más meridional del mundo. A partir de aquí, varios kilómetros de arenas claras bañadas por las aguas tibias color café con leche del Río de La Plata. Una buena opción para un paseo. El Balneario, Oreja de negro y El Álamo son las principales zonas de baño de la ciudad. Que el color del agua no te intimide. Está limpia y con una temperatura ideal para pasar un buen rato a remojo.




Ciudad de museos
La impresionante historia de la ciudad queda de manifiesto en sus modestos pero interesantes centros museísticos. Para rastrear el pasado más remoto de la ciudad queda el Museo Indígena que expone piezas arqueológicas de las diferentes sociedades indígenas que habitaron el lugar antes de la llegada de los colonizadores europeos; se exhiben materiales de industria lítica y cerámicas.

De la etapa de ocupación lusa queda el Museo Portugués que rastrea las primeras décadas de historia de la ciudad a través de restos arquitectónicos, objetos de los primeros colonos, mobiliario de origen luso y una interesante colección de cartografía de la época. Otras visitas interesantes son la Casa de Nacarello, una de las pocas construcciones de la época que aún se mantienen en estado original y que muestra el ambiente doméstico de la época y el Museo del Azulejo. La llegada de los españoles impuso nuevos hábitos y costumbres que se explican en el Museo Español. Y si lo que se prefiere es tener una idea general de todo, quedan el Museo Municipal Bautista Rebuffo o el Archivo Regional.



Dos visitas para ir con niños
Colonia del Sacramento también ofrece actividades ideales para disfrutar en familia. En pleno barrio histórico se localiza el Acuario de Colonia del Sacramento, un divertido museo en el que, a través de grandes tanques, se muestran las diferentes especies de peces que habitan en los ríos de Uruguay. Otro lugar ideal para disfrutar con los niños es el Museo de los Naufragios y Tesoros, en el que se hace un repaso divertido y muy interactivo a los principales episodios de la historia naval de la localidad. Se muestran restos de pecios localizados en el Río de la Plata, cañones, monedas de oro, maquetas de navíos y una curiosa reproducción del interior de un barco pirata del siglo XVIII. Otra buena visita para los niños es el Museo Paleontológico, que muestra una interesante colección de fósiles de la mega fauna pampeana como el megaterio, el gliptodonte o el lesodonte, entre otros bichos enormes.










viernes, 13 de mayo de 2016

EL TRASTEVERE. El barrio más bohemio de Roma


El barrio más auténtico de la capital romana concentra un buen número de monumentos, museos, una trama urbana ideal para el paseo sin prisas y la mejor oferta culinaria de la ciudad.



Hasta hace apenas unas décadas, este barrio romano era un lugar eminentemente popular. Hogar de gentes humildes al margen de las sucesivas reformas que convirtieron, a lo largo de los siglos, a Roma en una de las ciudades más grandiosas del mundo. Ya desde las épocas del imperio romano, más allá del río sólo había un par de casuchas y un descampado. La estrategia militar dejó una porción del terreno del otro lado del río intramuros para evitar problemas ante un posible asedio. Y, durante siglos, el Trastevere no fue más que un lugar que servía para evitar que un posible enemigo dominara por completo la orilla opuesta a la ciudad. En el siglo I empezaron a llegar los primeros pobladores. Pobres, en su mayoría. Y así se forjó una de las señas de identidad de este precioso barrio romano. Ese mismo carácter popular lo mantuvo alejado de las transformaciones urbanas del Renacimiento o el Barroco. El lugar conservó, pese a intervenciones como la apertura del Viale del Trastevere en el siglo XIX, su traza medieval siendo el único barrio romano que conserva su estructura urbanística original. Después llegaron los restaurantes de moda, los locales nocturnos, los alojamientos con encanto, los turistas...










La marca original del barrio es su tupida red de callejuelas. Un verdadero laberinto de vías, callejones y pasadizos empedrados que, hoy, atrae a los viajeros y viajeras que gustan de perderse en grandes paseos sin rumbo. Lugar donde el cielo se reduce a estrechas franjas que se ven allá, sobre los voladizos de los tejados. Apenas se da el espacio respiros. Quizás el más famoso es el de la Piazza Santa María in Trastevere, auténtico corazón del barrio y uno de los iconos del cristianismo romano. La fuente, aunque con algunos añadidos de Bernini (las cuatro conchas), es de las más antiguas de Roma y hay quien dice que es de las pocas construidas por los mismísimos romanos allá por el siglo I.
Aquí, asegura la tradición, surgió allá por el 30 antes de nuestra era, una curiosa fuente de aceite que, después de la aparición del Cristianismo, se interpretó como un augurio del nacimiento de Cristo. Por eso se construyó aquí la primera iglesia de Roma. En el 340. La Basílica del Trastevere es una de las más hermosas de la ciudad. Aunque sus muros más antiguos datan del siglo IV, la mayor parte del edificio se levantó en el siglo XIII en un románico con claras influencias bizantinas, algo que se pone de manifiesto en los espectaculares mosaicos. Las columnas que soportan la nave centras proceden de las cercanas Termas de Caracalla.



A dos pasos de la plaza se encuentra el Museo di Roma in Trastevere, una curiosa pinacoteca centrada en escenas y costumbres de la ciudad a lo largo de los siglos. A través de la Via Garibaldi se asciende hasta San Pietro in Montorio. Más allá del famoso templete circular, del artista renacentista Bramante, desde aquí pueden verse espectaculares vistas sobre el barrio y gran parte de la capital romana. Este templete circular fue un regalo de los Reyes Católicos a Roma para celebrar la toma de Granada. Al norte del barrio se encuentra el Palacio Corsini, una de las sedes del Museo de Arte Antiguo de la ciudad y el Palacio Farnesi, que entre otras obras de arte de primeras figuras del Renacimiento cuenta con impresionantes frescos de Rafael.
La esencia más auténtica del Trastevere se encuentra en las callejuelas que corren hacia el sur. La Porta Portesse es una de las dos entradas de las antiguas murallas de la ciudad. En torno a ella se localiza uno de los mercadillos más animados de Roma. Más de 4.000 puestos convierten a este lugar en el mercado al aire libre más grande de la capital italiana. Un lugar donde se puede comprar casi cualquier cosa. Para los amantes de los productos naturales queda la Piazza Cosimato, en la que se ha instalado un activo mercado de frutas y verduras. Muy cerca se encuentra el antiguo Hospicio de San Michele in Ripa, un espectacular edificio del siglo XVIII, y la Piazza de Santa Cecilia con la preciosa Basílica de Santa Cecilia. La iglesia fue construida sobre los restos de una antigua casa romana (que según la tradición perteneció a la santa martirizada) que se aún puede verse.



Un paseo por el Lungo Tevere y la Isola Tiberina
Al que se agobie por las estrecheces del laberinto siempre le queda la opción de darse un respiro haciendo alguno de los tramos del Lungo Tevere, una calle ancha a la ribera del río que se construyó en el siglo XIX para rodear la trama urbana trastiberina. Entre el Ponte Subilicio (junto a la Puerta Portesse) y Ponte Sisto (a dos pasos de la Villa Farnesina y la modesta Porta Settimana) el viajero puede acercarse y alejarse del río entre incursión e incursión. Aire fresco. Y visiones tan típicamente romanas como la Isola Tiberina. A través del Ponte Cestio se accede a esta pequeña isla que, antaño, fue lugar de encierro para los criminales más peligrosos. Hoy, es un lugar imprescindible de cualquier visita a la ‘Ciudad Eterna’. Sobre los antiguos cimientos del Templo de Esculapio, dios romano de la medicina, se levantó, en el siglo X, la Iglesia de San Bartolomeo, una de las múltiples joyas medievales de la ciudad. Otro de los atractivos de la Isla Tiberina, más allá de sus vistas sobre el río y el propio barrio del Trastevere, es su animado mercadillo.

lunes, 9 de mayo de 2016

HIERRO. La pequeña gran Isla de Canarias


Antes de adentrarnos en la más diminuta, joven y meridional de las Islas Canarias –pertenece a la provincia de Santa Cruz de Tenerife– resulta necesaria una aclaración: si bien no se sabe a ciencia cierta cuál es el origen de su nombre, parece que proviene de una derivación del antiguo lenguaje canario cuyo término hero (leche) hacía referencia a la isla. Desde luego, lo que está claro es que no hace alusión ninguna al metal del mismo nombre, dada la ausencia de éste en la isla. 

Se podría decir que El Hierro es ‘lo más’ de Canarias en muchos sentidos. La isla más joven en cuanto a su origen geológico, la más meridional, la más occidental, la más pequeña y la más solitaria, con una población que no alcanza los 11.000 habitantes. Y también la que cuenta con mayor territorio protegido en relación a su tamaño y la que aspira a abastecerse a sí misma en lo que a energías limpias y recursos se refiere. La brecha montañosa, escarpada y en curva que la divide en dos mitades detiene los vientos del sur originando dos ‘Hierros’ climáticos a cada lado. Y dos islas diferentes hay también por encima de la superficie y bajo el mar: una árida y desnuda, de sabinas callosas y retorcidas por la fuerza de los alisios, y otra de exuberantes fondos y aguas limpísimas, con temperaturas constantes en torno a los 20 grados y repletas de especies animales, que la han convertido en la meca del submarinismo en el archipiélago. 






Los fondos marinos de El Hierro, como los del resto de las Canarias occidentales, se disputan el amor de los apasionados al buceo en Europa. Hasta aquí se desplazan miles de turistas cada año para vivir la experiencia única que entraña encontrar fondos de más de 200 metros de profundidad –límite al que llegan los rayos solares–, a menos de 300 metros del litoral herreño. Aunque existen numerosas zonas de inmersión, las áreas más demandadas se reparten entre Punta Restinga, La Caleta, Roque de Bonanza o la Cueva de los Jureles. La isla reúne una serie de requisitos que la convierten en uno de los destinos submarinos más atractivos: su morfología volcánica, un sinfín de especies marinas y aguas cálidas –el punto más próximo al ecuador.



LUGARES DESTACADOS

MIRADOR DE LA PEÑA
Si hay una manera bien poética de decir adiós a la isla de El Hierro, ésa es desde lo alto del Mirador de la Peña, en el espectacular restaurante que diseñó el artista lanzaroteño César Manrique. Ante la inmensidad del Valle del Golfo, resulta inevitable enumerar mentalmente los encantos de esta tierra. Son muchos, sí. Pero hay uno que permanece en la memoria: la calma embriagadora que se proyecta hasta en el carácter de sus habitantes y que alimenta su enigmática atmósfera. El Hierro nos recuerda que el paraíso no queda tan lejos.


LA RESTINGA
La carretera que conduce al sur de El Hierro muere en el pueblo pesquero de La Restinga. Repleto de submarinistas devotos, la estampa que recibe al viajero se traduce en unas callejuelas que separan un conjunto de casas blancas que miran a un diminuto puerto. Las barcas que descansan en la orilla pertenecen a pescadores que traen consigo la recompensa al amanecer. Resulta casi obligatorio dejarse caer por uno de sus escasos y recoletos restaurantes y probar el pescado del día. Pero si prefiere verlo en su hábitat natural, este es el lugar perfecto: esta es la puerta de entrada a la reserva marina de El Mar de las Calmas, una maravilla que habita bajo las aguas herreñas.


ECOMUSEO DE GUINEA y CENTRO DE RECUPERACIÓN DEL LAGARTO GIGANTE
En El Hierro, en el Centro de Recuperación del Lagarto Gigante, se lleva a cabo la reproducción controlada de una subespecie de la desaparecida. Los ejemplares que conviven en el centro son más tarde puestos en libertad en los entornos donde hallaron restos de estos reptiles de cuerpo robusto y color pardo negruzco de unos 60 centímetros. Apenas unos metros más allá, encontramos un tesoro antropológico que nos revela secretos de alcoba de los bimbaches: el poblado de Guinea, el más antiguo del municipio de Frontera. Hoy convertido en un museo al aire libre, la última familia abandonó el asentamiento en los años 50 del siglo pasado. El conjunto de edificaciones –del siglo XVII al siglo XX– que ha sido restaurado con los materiales originales, dan buena cuenta del modo de vida que llevaban sus antiguos moradores.


FRONTERA
Al oeste de la isla de El Hierro, el municipio de Frontera atesora los suficientes encantos como para ostentar la etiqueta de lugar imprescindible. Para empezar, su fertilidad, gracias a la cual sus excelentes vinos con denominación de origen se han labrado una fama. En Frontera, el calor se combate en las piscinas naturales de La Maceta, muy poco profundas, y por tanto ideales para ir con niños.