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lunes, 17 de noviembre de 2014

EL DELTA DEL OKAVANGO. El río sin mar.


Los leones del Okavango, a los que, como  grandes gatos que son, no les gusta mucho el agua, tuvieron que aprender a nadar para dar caza a sus presas. El inesperado laberinto de islas, canales y lagunas por el que se desgaja este río durante la inundación no les deja más opción para sobrevivir en este universo anfibio del África Austral. Tras avanzar lentamente desde las Tierras Altas de Angola y atravesar Namibia, el Okavango, en lugar de continuar como haría un buen río hasta el mar, se queda varado en pleno desierto del Kalahari formando un abanico fluvial que, según los caprichos de sus crecidas, oscila entre los 16.000 y los 22.000 kilómetros cuadrados. Nada parecido ocurre en todo el planeta, y mucho menos con semejante concentración de fauna salvaje a su alrededor.
Aunque se puede llegar en todoterreno al corazón del delta, como mejor se aprecian sus paisajes es desde las avionetas que aterrizan en las pequeñas pistas de arena casi a las puertas de sus mejores lodges. Volando bajo, desde sus alturas alcanzan perfectamente a verse las manadas de elefantes y búfalos que campan entre su inmensidad, y hasta el trotar coqueto de las jirafas o a los hipopótamos que se pasan el día sumergidos a la fresca de sus caños más profundos. Pero más incluso que todo ello, lo que verdaderamente corta la respiración durante el vuelo son las vistas sobre las serpenteantes lenguas de agua que se ramifican entre las desérticas planicies de las sabanas y los bosques de mopanes y acacias. De poderse elegir, lo verdaderamente redondo sería hacer en avioneta el viaje de ida hasta el delta para así, desde el aire, tomar conciencia ya de entrada de sus hechuras, y salir de sus dominios en 4×4, ya que la ruta por tierra es también otro espectáculo.




Safaris en mokoro
De igual forma, una vez instalado en alguno de sus campamentos o lodges, lo suyo será aunar las consabidas expediciones en todoterreno en las que salir al encuentro de los big five o cinco grandes que moran por semejantes escenarios –es decir, el elefante, el búfalo, el rinoceronte, el leopardo y el león– con los safaris en mokoro, una de las estrellas indiscutibles de los días en el Okavango. Y es que sus llanuras inundadas brindan una aproximación a la fauna absolutamente excepcional a bordo de estas canoas de escaso calado, perfectas para abrirse paso entre sus brazos del agua. La tribu de los bavei se ha servido desde siempre de ellas para desplazarse por estos territorios. Hoy, los mokoros también se emplean para emprender safaris nada convencionales. Con apenas dos pasajeros a bordo, además del poder que los impulsa con una enorme pértiga cual gondolero africano, el lento fluir de estas canoas proporciona un acercamiento a la naturaleza y a su fauna sin baches, sin polvaredas y en un inquietante y emocionante sigilo entre los nenúfares y papiros que crecen a las orillas. Además de avistar desde el agua aves tan perseguidas por los amantes de la ornitología como el jaribú o el martín pescador malaquita, también será una constante la presencia, ya menos inocente, de cocodrilos e hipopótamos. Para evitar el encuentro con estas moles de hasta 3.000 kilos que después del mosquito son los animales que más muertes provocan en el África negra, estas fragilísimas piraguas se ciñen a los caños más someros del delta.




La Reserva de Moremi
Las lanchas a motor con las que también invitan a hacer safaris prácticamente todos los campamentos de la zona sí llegan sin embargo a adentrarse, aunque con infinita precaución, por las aguas más profundas en las que permanecen sumergidas estas manadas compuestas por hasta una veintena de hembras y un único macho dominante, cuyos característicos resoplidos son los únicos que se atreven a romper los silencios del Okavango. Éste alberga una zona permanentemente inundada, otra anegada sólo estacionalmente y la Reserva de Moremi, su única porción reconocida como parque nacional. Son los contrastados ecosistemas anfibios de este auténtico santuario los que reúnen la mayor densidad de fauna, por lo que las posibilidades para los avistamientos son aquí excepcionales: grandes manadas de búfalos, jirafas, elefantes, impalas o red lechwe, el antílope más característico del Okavango, además de hasta quinientas especies de aves y un también surtido elenco de predadores que abarca desde el león, el guepardo o el leopardo hasta hienas, chacales y el licaón o perro salvaje africano, especialmente protegido en todo el área al estar en serio peligro de extinción.



Lo mejor de cada temporada
No hay vallas entre Moremi y el Delta del Okavango. Sus lindes las definen de forma natural las vías fluviales que atraviesan en libertad sus animales durante sus migraciones estacionales. Y tampoco hay época mala para viajar por estos pagos. Si la temporada seca, de mayo a octubre, se considera la mejor para avistar a los grandes mamíferos que entonces se concentran por las zonas permanentemente inundadas, las lluvias, que entre noviembre y abril hacen que las pistas se vuelvan muy complicadas y que disminuya el por otra parte nunca aquí excesivo flujo de visitantes, se convierten en todo un aliciente para observar aves y los paisajes se muestran exultantes.








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