Esta original torre es todo un símbolo de la época de mayor esplendor de Portugal, cuando marinos y aventureros se lanzaban a la mar en busca de fortuna.
Durante la Era de los Descubrimientos Lisboa creció en
importancia y se convirtió en una ciudad cosmopolita donde se mezclaban
culturas e ideas diversas. La estrategia naval de Portugal en el siglo XVI y
las nuevas rutas marítimas hicieron del puerto de Lisboa una escala obligada en
las rutas del comercio marítimo. Proteger Lisboa, era, entonces, una necesidad.
El rey Joao II ideó una barrera defensiva que consistiría
en tres fuertes: el Fuerte de San Sebastián de Caparica, la Torre de San
Antonio de Cascais, y una tercera fortificación en Belém.
A la muerte del rey Joao II, fue Manuel I, su sucesor,
quien continuó el proyecto defensivo ordenando construir la tercera torre.
Originariamente fue llamada Torre de San Vicente de Belém, en homenaje al santo
patrono de Lisboa.
El arquitecto a cargo del proyecto fue Francisco de
Arruda, orientado por Diogo Boitaca, que por entonces estaba a cargo de la
construcción del Monasterio de los Jerónimos. Los trabajos comenzaron en 1514 y
finalizaron en 1520.
La nueva fortaleza defensiva sustituyó a un antiguo navío
artillado anclado allí, lugar desde donde partían las naves para las Indias.
Originalmente fue erigida en una especie de isla cercana a la playa y según
muestran dibujos de la época, el río la rodeaba completamente. La urbanización
provocó el avance progresivo sobre las aguas del Tajo e hizo que la torre
quedara prácticamente “amarrada” a la orilla.
Con el tiempo la estructura fue perdiendo su carácter
defensivo original y fue utilizada como aduana, puesto telegráfico, faro y como
prisión para presos políticos en el nivel inferior. Algunos historiadores
sostienen que debido a su altura y a su ubicación, poco disimulada en el
paisaje, la torre fue creada en realidad para funciones administrativas más que
defensivas.
Si se compara con las clásicas construcciones medievales,
más bien austeras, la Torre de Belem se diferencia por su abundante decoración
que refleja el gusto del rey Manuel I, un estilo que con el tiempo se conocería
como “manuelino” y que reúne elementos distintivos tales como esferas
armilares, cuerdas retorcidas y cruces de la Orden de Cristo, a la cual el rey
pertenecia.
La visita a la Torre de Belem, consiste en una torre
cuadrangular que se eleva sobre un bastión con forma de hexágono irregular que
apunta hacia el río. Una sencilla pasarela permite acceder desde la orilla y
tras atravesar un puente levadizo se entra directamente al bastión.
El bastión era la parte afectada a la defensa propiamente
dicha y consistía en una gran cámara abovedada con paredes de 3,5 metros de ancho,
donde dieciséis aberturas permitían disparar los cañones que todavía hoy se
pueden observar. Una abertura central en la parte superior permitía la
disipación del humo provocado por la pólvora. Una segunda línea de fuego se
disponía en la terraza, donde hay un pequeño santuario con una representación
de Nossa Senhora de Bom Sucesso, conocida también como Virgem das Uvas. En los ángulos
de esta plataforma sobresalen pequeñas torres cubiertas por cúpulas moriscas y
adornadas con figuras de animales. Una de ellas tiene una escultura de un
rinoceronte, la primera representación artística de este animal en Europa.
La torre alcanza una altura de 35 metros y consta de
cuatro pisos y la terraza. La entrada se encuentra en la cara sur, la fachada
principal que mira al río, la cual se destaca por su exquisita decoración. A la
altura del segundo piso, un balcón con arcadas y balaustrada muestra
reminiscencias venecianas. Dentro de la torre una escalera en espiral da acceso
a los tres primeros niveles –Sala del
Gobernador, Sala de Audiencias y Sala dos Reis- que estaban dedicados a
funciones administrativas, y en el cuarto piso hay una capilla. Desde la
terraza en la parte superior las vistas del paisaje sobre Belem y el río Tajo son
espectaculares.
Declarada Monumento Nacional en 1910, la UNESCO inscribió a la
Torre de Belém y al Monasterio de los Jerónimos en 1983 en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad. En julio de 2007 fue
declarada una de las Siete Maravillas de Portugal (junto al Monasterio de los
Jerónimos, el Palacio da Pena de Sintra, el Castillo de Guimarães,
el Castillo de Óbidos, el Monasterio de Batalha y el Monasterio de Alcobaça).
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