En otoño de 1883 tres operarios del Canadian Pacific Railway que trabajaban en la ampliación del trazado del tren que uniría la Columbia Británica con las Cuatro Provincias Atlánticas de Canadá descubrieron por casualidad un manantial de aguas termales en la ladera este de las Montañas Rocosas canadienses –provincia de Alberta–. Dos años después se creaba el Parque Nacional de Banff, bautizado así en honor a la localidad escocesa de Banffshire, cuna del antiguo director de la compañía ferroviaria. Desde ese momento, tanto las autoridades federales como la propia Canadian Pacific Railway no escatimaron esfuerzos para convertir el parque en un destino vacacional y de salud gracias a su balneario, con el fin de obtener ingresos que aliviaran el enorme coste de construcción de la línea férrea.
El
Parque Nacional de Banff, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO,
consta de 6.641 metros cuadrados de valles, circos glaciares, montañas, bosques
de coníferas y ríos. Si no se dispone de mucho tiempo, el visitante puede
llevarse una buena panorámica desde el teleférico que llega hasta la cima del
Monte Sulphur, con vistas de las montañas colindantes, el lago Minnewanka, el
Valle de Bow y las pequeñas localidades de Jasper, Lake Louise y Banff. Esta
última, con poco más de 8.000 habitantes, es el epicentro de casi toda la
actividad humana en el parque. Poco hay que hacer en el pueblo salvo acercarse
hasta los Jardines de Cascade y tomar la típica fotografía de la Banff Avenue
con el monte Cascade de fondo.
Los
lagos del parque son de un vivo azul turquesa por los sedimentos que arrastran
las aguas glaciares. El lago Louise, a los pies de los glaciares Victoria y
Lefroy, es, con casi un kilómetro cuadrado de extensión, uno de los parajes más
visitados del Parque, aunque no el más extenso, honor que corresponde al lago
Minnewanka, un lago glaciar agrandado para la construcción de una central
hidroeléctrica. Bajo sus aguas, los restos de Minnewanka Landing, el pequeño
pueblo engullido en 1941 para la construcción de la presa que hace las delicias
de los submarinistas. También los tres pequeños lagos Vermillion son un
excelente observatorio de aves acuáticas y gansos.
Apenas
a 4 kilómetros de Banff se llega a los famosos Hoodoos, unos pináculos de roca
caliza erosionada por el viento y la lluvia en el Valle Bow. La ruta sigue
hasta el Monte Tunnel, un modesto montículo de apenas 1.692 metros llamado
Búfalo Dormido por los indios stoney, excavado en su interior para que pasara
el ferrocarril.
Alces y osos
Los
amantes de las travesías de montaña –a pie, en bicicleta o a caballo– disponen
en Banff de 1.500 kilómetros de pistas, 50 zonas de acampada y varios refugios
y cabañas. Para el mantenimiento del parque se cobra una entrada que nunca
supera los diez dólares. Pese a que existe un pequeño servicio de transporte
público, lo más práctico es desplazarse en vehículo privado siguiendo siempre
las normas de seguridad en cuanto a respeto por la naturaleza y cautela con
animales salvajes, sobre todo con lobos, alces y osos. No dejar comida que
pueda atraerlos y llevar bien empaquetada la que se va a consumir, desplazarse
en grupos, no actuar de manera amenazante, llevar siempre un spray antiosos y,
sobre todo, no salir del vehículo si uno de estos animales invade la carretera
son medidas de seguridad elementales para preservar la vida del ecosistema y la
del propio visitante.
Posiblemente
la ruta de senderismo más sencilla y también la más transitada es Sunshine Meadows,
un valle de verde intenso en verano y cubierto casi todo el año por nieve.
Situado a 2.200 metros de altitud, está coronado por el monte Assiniboine
(3.618 m), el pico más alto de las Rocosas canadienses.
El trekking se permite siempre que no se salga de los senderos. Los meses más recomendables para el senderismo son de mayo a octubre, si bien en las zonas más elevadas la nieve puede no desaparecer del todo hasta el verano. El deshielo y las lluvias de primavera pueden provocar riadas inesperadas, por lo que los excursionistas deben estar prevenidos.
El trekking se permite siempre que no se salga de los senderos. Los meses más recomendables para el senderismo son de mayo a octubre, si bien en las zonas más elevadas la nieve puede no desaparecer del todo hasta el verano. El deshielo y las lluvias de primavera pueden provocar riadas inesperadas, por lo que los excursionistas deben estar prevenidos.
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