Pocas ciudades en el planeta pueden rivalizar con Praga. Lugar mágico, impregnado de historia, de leyendas y de misterio en cada una de sus esquinas, de sus callejones, de sus puentes… Todo en Praga adquiere un tinte diferente que nos hace echar la vista atrás y, entre los ecos pasados de violines y pianos, recorremos sus empedradas calles hasta llegar al antiguo barrio judío donde, encajonado entre edificios y antiguas sinagogas, encontraremos uno de los cementerios más impresionantes de Europa.
En el viejo cementerio judío de Praga no hay lujosos panteones, ni monumentos de costosos mármoles, no hay flores, ni adornos, ni cruces, ni estatuas… allí solo encontraremos miles de lápidas amontonadas sin orden ni concierto, como si en un juego macabro hubiesen sido colocadas azarosamente por manos invisibles en lejanas noches oscuras y silenciosas.
Viendo el reducido espacio del cementerio, no nos salen las cuentas cuando nos dicen que allí hay enterrados más de cien mil judíos. En cambio, en el camposanto tan solo hay unas doce mil lápidas. Esto se debe a que el cementerio se les quedó pequeño y los judíos, sin la posibilidad de ampliarlo, tuvieron que recurrir a realizar los nuevos enterramientos sobre los ya existentes, añadiendo capas de tierra una y otra vez. En algunos lugares del cementerio se pueden contabilizar hasta once enterramientos unos sobre otros. Motivo también del aparente desorden de las lápidas.
El poeta y erudito Avigdor Karo fue la primera persona enterrada en este lugar, allá por el año 1439 y permaneció activo hasta 1787, cuando fue clausurado definitivamente con la tumba de Moses Beck. Cientos de nombres célebres descansan en este lugar, como el sabio del Renacimiento, historiador, matemático y astrónomo David Gans (1613), o el erudito e historiador José Salomón Delmedigo (1655), y el rabino y coleccionista de manuscritos y libros impresos en hebreo David Oppenheim (1736). Aunque sin duda el más conocido de todos es el gran erudito y maestro religioso Judá Loew ben Bezalel, conocido como el rabino Loew (1609), que se asocia con la leyenda del Golem, un muñeco de barro creado por Loew para defender a los judíos de Praga, pero que enloqueció y no pudo cumplir su tarea.
Elevado sobre las calles laterales, el viejo cementerio judío expande su aura sobre todo el distrito de Josejof, donde las antiguas sinagogas del gueto permanecen ancladas como islas. En una de ellas, la sinagoga Pinkas, con su eterno aroma a sándalo petrificado y entre las sombras de sus candelabros de siete brazos, encontramos un pequeño y estremecedor museo en recuerdo a los judios muertos durante el holocausto nazi.
En sus paredes están inscritos los nombres de las víctimas judías, sus datos personales, y los nombres de las comunidades a las cuales pertenecieron. En 1968, sin embargo, el Monumento fue cerrado debido a filtraciones de aguas subterráneas, que ponían en peligro la estructura del edificio. Durante los trabajos de aislamiento, se descubrieron espacios subterráneos, un antiguo pozo y un baño ritual. El régimen comunista demoró intencionalmente los trabajos de reparación y las inscripciones fueron removidas. No fue posible hasta 1990 completar las modificaciones del edificio. Finalmente entre 1992–1996, los 80.000 nombres de los judíos checos y moravos víctimas del nazismo fueron escritos de nuevo en las paredes.
En el primer piso de la Sinagoga Pinkas se encuentra la exposición Dibujos de los niños de Terezín, 1942–1944. Entre los prisioneros en Terezín había más de 10.000 niños menores de 15 años al ser apresados. 8.000 de ellos enviados al Este, unos 242 sobrevivieron a la guerra. El Museo Judío tiene más de 4.000 dibujos originales de estos niños en su colección. Son un testimonio conmovedor de su cruel destino y prácticamente el único recuerdo da aquellos que no sobrevivieron.
En el primer piso de la Sinagoga Pinkas se encuentra la exposición Dibujos de los niños de Terezín, 1942–1944. Entre los prisioneros en Terezín había más de 10.000 niños menores de 15 años al ser apresados. 8.000 de ellos enviados al Este, unos 242 sobrevivieron a la guerra. El Museo Judío tiene más de 4.000 dibujos originales de estos niños en su colección. Son un testimonio conmovedor de su cruel destino y prácticamente el único recuerdo da aquellos que no sobrevivieron.
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